Me gustan las grandes ciudades porque hacen que quiera todavía más a mi pequeña isla. Perderme unos días por las junglas de asfalto, de muchos cuerpos sin alma, de rutinas asfixiantes, del presente inmediato, de todo lo que es y no lo que podría haber sido me refuerza la convicción de que, en Menorca, los que queremos vivimos de lujo.
Cada vez que vuelvo a Barcelona me da por sonreír. Aunque prefiera mil veces vivir en Menorca creo que el equilibrio para ser feliz lo encuentro en estas pequeñas escapadas que me hacen valorar mucho más lo que tengo y mucho menos lo que querría.
Alguna vez lo he dicho por estos lares y no me canso de repetirlo. Creo que la 'Ciutat Comtal' es mi gran amor platónico. El amor de mi vida. En esta ciudad he vivido momentos que me han marcado mucho y para siempre y guarda celosamente un montón de lugares en los que he experimentado algo con sus consiguientes sonrisas y lágrimas. Si nos parásemos a mirar nos daríamos cuenta de que en realidad las calles están asfaltadas de ilusiones rotas, de sueños imposibles, de lágrimas… Pero también de cosas buenas.
Barcelona, y toda Catalunya, vive unos momentos agitados, tiempos complicados que poco o nada se parecen a los que había cuando yo vivía aquí. Pero poder dejar todo eso a un lado para zambullirte en sus calles, en su ambiente, entre su gente y revivir lo que una vez viviste es un vicio.
Y mañana la voy a correr. Por segunda vez. Voy a participar en la Maratón de Barcelona con la ilusión de alguien que está ante un gran muro para el que no sabe si está preparado. Voy a intentar cubrir los 42KM que la recorren en un circuito espectacular y que obliga a cerrar la ciudad reinventándola como un gran recorrido al aire libre.
42KM me cansan solo de leerlo, imagínate de correrlos. A veces me paro a pensar en menudo marrón me he metido, colega, pero luego en mitad de las dudas recuerdo uno de los motivos por los que corro. No corro para huir de nada sino para llegar más pronto y más lejos a la siguiente etapa que me depara la vida. Para eso y para comerme un buen solomillo con su salsita sin que me reconcoma la conciencia.
Barcelona parte con ventaja porque sabe que la quiero y ella juega conmigo a su antojo. Me trastoca los planes, me seduce con cantos de sirena y cuando me tiene entre sus brazos me enseña tal y como es, me asusta y recuerdo entonces que como Menorca no estoy en ningún sitio.