Aquello que puede ir mal irá mal, o todo lo que empieza mal acaba peor, son algunas de las leyes pesimistas del nombrado Edward A. Murphy, ingeniero espacial estadounidense del pasado siglo, perfectamente aplicables al extraordinario caso de las obras de la carretera general entre Maó y Alaior. Pasan los años y el estado de la vía con edificaciones iniciadas y olvidadas en la cuneta queda como prueba tangible de un desacuerdo político absolutamente vergonzante hasta el día de hoy.
Al rechazo del GOB y las formaciones de izquierda al proyecto aprobado por el anterior gobierno del PP en el Consell Insular le siguió la paralización de los trabajos cuando estos ya se habían iniciado tras el cambio de color en la plaza de la Biosfera. Antes la UTE adjudicataria ya las había detenido de facto al reclamar más de tres millones de sobrecoste. En medio, la demanda del GOB para pedir la suspensión de la obra, que perdió, aunque el grupo ecologista fue condenado a pagar unas costas muy inferiores a las que reclamaba el gobierno de los populares.
Informes contradictorios según el color del cristal con que se miren sobre la idoneidad de las obras en algunos puntos de la carretera, inundables o aptos, yacimientos arqueológicos próximos a ella que se deben preservar... en fin, que no será antes de 2019 cuando los trabajos se reanuden sin que todavía se conozca con certeza cómo se ejecutarán.
Por si esta sucesión de contratiempos que mantienen bloqueadas las reformas no fueran suficientes, ahora el GOB aporta dudas sobre una posible malversación de los fondos públicos a cargo del Partido Popular cuando inició el proceso y defendió su proyecto.
Era la guinda que faltaba para coronar este desaguisado absoluto que ha derivado en una auténtica pesadilla para todos los menorquines y visitantes que, al fin y al cabo, son quienes sufren las incomodidades de la carretera y, lo que es más importante, su falta de seguridad. Empezó mal y parece que acabará peor.