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Como madre y periodista he tenido que hacer una reflexión profunda. Por un lado me veía obligada a hablar de ello pero por otro tenía que madurar la contestación, porque estoy metida en el ajo. Seguro que me entienden si les digo «hijos expuestos en las redes sociales», o el llamado sharenting, en inglés. Tengo una cuenta en Instagram en la que cuelgo fotos de mis hijos, siempre que proyecten cosas que aporten, o que realicen acciones bonitas, espontáneas. Me gusta colgar la ropa que les compro, emulando a las influencies. Una foto en esta aplicación es buscar la belleza, inmortalizar los momentos bonitos que compartes con tus hijos. Es un diario abierto. Es la mirilla al interior de una familia. ¿Pudor? no, porque enseño lo que quiero. Más bien, tengo respeto por mis hijos a la hora de publicar por lo que puedan pensar ellos el día de mañana. Están en la era de la imagen si o si, y escapar a un flash se ha vuelto harto difícil. Cuando se hagan mayores no creo que se cuestionen por qué les has hecho fotos, o quizás sí. Pero también pueden preguntarse por qué sus amigos tienen un álbum de fotos en abierto y ellos no. Tanto las fotos que expongo, como las que sigo de otros padres, y madres siempre es bello, nunca indecoroso, ni feo, ni al límite. Por eso el éxito de Instagram.

Ahora voy hacer el ejercicio de ponerme en su lugar, ¿y si mis hijos el día de mañana fotografiaran mi vejez, o mis quehaceres diarios? no me importaría siempre y cuando cuidaran el contenido de la foto, el mensaje. Intento que lo que publico no sea mi vida avatar, sino que sea un reflejo de lo que soy. Seguramente de aquí a unos años, nuestros hijos puede que nos hagan fotos, y digo puede porque vende mucho más la infancia, y la juventud que la madurez, o la vejez. Estaré preparada si así es. Ellos también querrán contar su historia.

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También puede llegar el día, que me dé de baja, es un fenómeno muy absorbente y un tanto peculiar. No por conseguir más seguidores, ni más me gustas, en mi caso, sino porque las amistades se tornan sintéticas. Ciertas personas que conozco, y que sigo, a distancias cortas no te disparan ni una, y tras esta ventana virtual me sorprenden la profundidad de su alma. Y puedes sentirte confundida, e incómoda, quedando con ella/él. No sé nada de ti, me meto en las redes sociales y lo sé casi todo. Curioso. Como ya sabes el día a día de la persona en cuestión, ni quedas. Craso error. Porque llegará un momento que viviremos tan adentro de nuestro mundo que no tendremos una percepción real de la amistad, del amor, de las relaciones humanas. Un tema que da mucho que hablar, mucho que reflexionar. Me quedo en el respeto, y que pese más lo que vivimos en carne y hueso que lo virtual.

@sernariadna