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Si lo más importante es la salud, el objetivo prioritario ha de ser mejorar la sanidad. Eso no se hace con polémicas lingüísticas, que tienen claramente otro objetivo, sino aplicando medidas que ayuden de forma eficaz a tener una sanidad con mayores garantías.

Quizás este ejemplo pueda ser útil. El mejor cardiólogo del mundo, Valentín Fuster, explica que en los hospitales de Nueva York tenían un índice de mortalidad en la cirugía cardiaca superior a otros estados. La forma en que todos los hospitales neoyorquinos decidieron mejorar fue publicando la lista de mortalidad de cada centro y los nombres de los cirujanos que intervenían en las operaciones. A los que peores resultados obtenían se les despedía y los hospitales que no llegaban a un cierto nivel perdían la especialidad y de esta forma mejoró la calidad del servicio.

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Cuando leí esta iniciativa me pareció muy radical. Todo el mundo puede equivocarse, también los «nuevos dioses humanos» que son los médicos. Sin embargo, creo que la sanidad no debería girar en torno a los intereses de los profesionales que trabajan en ella, sino que han de ser los pacientes, los enfermos el eje que mueve la rueda.

Los médicos y enfermeros se merecen sin duda los numerosos aplausos que publicamos en este periódico de menorquines agradecidos por el resultado de una actuación profesional en la que se jugaban su salud y quizás su vida. Esta felicitación sin duda es motivadora y también ayuda. Pero es trabajando sobre los errores como se puede avanzar. Alguien externo a la sanidad pública, un defensor del paciente con mayores funciones y conocimientos, debería estar encargado de investigar las quejas más graves para descubrir si ha existido negligencia. No basta un informe interno del director de un centro o un jefe de área.

No sé si el corporativismo es una muralla inaccesible. Pero sí tengo la sensación de que las denuncias más graves no se responden. Hasta que intervienen los jueces, los otros «dioses» del sistema.