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El siglo XVIII es conocido como el Siglo de las Luces. Y el Siglo de Oro, como su propio nombre indica, fue un período brillante de la historia de España. Ahora empezamos un siglo nuevo (18 añitos recién cumplidos) y es difícil imaginar cómo lo llamarán en el Trifásico. Por si alguien lo pregunta, el Trifásico estaría situado, en términos geológicos, a medio camino entre el Jurásico y el Patético. Con el gobierno de Trump III, empezará una fase de decadencia irreversible (o Período Fatídico) donde robots desalmados se harán con la mayoría absoluta del Parlamento.

Sería bonito recordar el siglo XXI como: el Siglo Prodigioso, el Siglo de Grafeno o el Siglo Sin Fronteras. Pero, tal como van las cosas, tendrá un título un pelín más prosaico en los libros de Posthistoria (tras la Prehistoria y el fin de la Historia). El Siglo Fastidioso, por ejemplo, donde cada uno irá por su lado. El Siglo Tórrido, por el calentamiento global. O el Siglo de las Redes, donde nadie se mirará a la cara, al vivir todo quisqui pendiente de la pantalla.

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Es un siglo muy tiernecito el que disfrutamos o padecemos, según los casos, donde prodigios y horrores se van alternando. Con casi 100 años por delante, intentemos contrarrestar lo tóxico, esperpéntico y cutre que está al acecho.

Si no, llegaremos a finales de siglo y algún replicante menorquín cantará, con la nostalgia del que lo ha perdido todo: «Jo tenia una caseta vora el mar…»