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A finales de julio de 2015, David Oubel entró en una ferretería y compró una sierra eléctrica, cinta americana y pastillas para hacer fuego. Ese fin de semana le correspondía estar en compañía de sus dos hijas menores de edad. David suministró a sus hijas varios fármacos para adormecerlas y las ató con cinta americana para que no ofrecieran resistencia. Posteriormente, fue a su habitación y con la sierra eléctrica les produjo varios cortes profundos en el cuello. La mayor de las menores, de nueve años de edad, percibió lo que estaba ocurriendo e intentó quitarse la cinta americana que le sujetaba las manos. A pesar de la brutal agresión, David empleó un cuchillo de cocina para asegurarse que acababa con la vida de sus hijas.

Durante los dos años que duró la investigación de los hechos, el acusado guardó silencio. No ofreció ninguna explicación de su brutal comportamiento. En el juicio ante la Audiencia Provincial de Pontevedra, David, con actitud fría y distante, se limitó a decir: «Hay situaciones que viven las personas que a veces son límites y se toman decisiones de las que desconozco el motivo y que hoy me arrepiento y pido perdón por ello». Los psiquiatras forenses que examinaron al acusado no encontraron ningún tipo trastorno mental. Se trataba de una persona narcisista y con una autoestima muy elevada. Actuó con premeditación y era consciente en todo momento de los hechos que estaba cometiendo. Tras dos horas de deliberación, un Jurado popular declaró culpable a David de dos delitos de asesinato. La magistrada, tras conocer el veredicto del Jurado, le impuso la pena de prisión permanente revisable. Era la primera vez que se aplicaba en España tras la reforma del Código Penal en 2015. Las partes renunciaron a recurrir la sentencia. Nunca se llegó a esclarecer cuál había sido el móvil del crimen.

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2 ¿Cómo es posible que una persona asesine a sus hijos? ¿Qué mueve a una persona a cometer un acto tan despiadado? ¿Se puede ejecutar un acto de tan naturaleza sin sufrir ningún tipo de enfermedad mental que minore la capacidad de razonamiento? ¿Existe una predisposición genética a cometer estas atrocidades? ¿Se puede modelar el cerebro de un psicópata para reinsertarlo en la sociedad? ¿Hasta qué punto una persona tiene libertad para decidir cuando su cerebro le impulsa de forma inconsciente a actuar de manera cruel? Durante muchos siglos, el debate sobre el origen de la maldad se ha realizado desde planteamientos filosóficos o morales. Sin embargo, en las últimas décadas varias investigaciones se han centrado en buscar una explicación científica al comportamiento humano. Todas ellas redundan en un aspecto clave: la empatía, es decir, la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. En efecto, cuando las personas reconocen el sufrimiento del otro, se activa un mecanismo neuronal relacionado con la compasión que nos impulsa a ayudarle. Esta situación, en cambio, no se produce con los psicópatas que muestran una indiferencia total hacia los sentimientos de los demás. Aunque la educación, el entorno social y el amor recibido durante la infancia juegan un papel importante en la generación de comportamientos antisociales, los científicos han descubierto recientemente que éste podría tener una base fisiológica. El neurocientífico de la Universidad de Nuevo México, Kent Kiehl, ha identificado anormalidades llamativas en el cerebro de los psicópatas. Después de someter a escáneres cerebrales a más de 4.000 reclusos, ha constatado que los psicópatas presentan defectos en las estructuras cerebrales interconectadas que ayudan a procesar las emociones, a tomar decisiones, a controlar los impulsos y a marcarse objetivos.

Al igual que el plástico, el comportamiento humano es increíblemente flexible. Somos capaces de las mayores muestras de solidaridad, sacrificio y heroísmo. Pero también de los peores actos de crueldad, barbarie y violencia. Cada cierto tiempo, un suceso terrible –niñas de Alcàsser, José Bretón, Marta del Castillo, Diana Quer- nos sitúa enfrente del espejo y nos obliga a preguntarnos: ¿de dónde viene tanta maldad? Desde luego, las sanciones penales por estos execrables delitos deben ser contundentes. Sin embargo, no por ello debemos olvidar nuestra obligación de investigar y preguntarnos con insistencia acerca de los motivos que llevaron a estas personas a actuar de manera tan cruel. Quizá sea el momento de recordar las palabras del escritor Chesterton: «¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios».