En la tertulia celebrada antes de Navidad en el Ateneo el obispo Francesc Conesa propuso redescubrir la laicidad ante el laicismo.
Nuestras raíces culturales se nutren de la herencia cristiana, pero el laicismo intenta negar esta evidencia. Los vientos del laicismo intentan cambiar la historia y la tradición por otros conceptos equívocos para introducir confusión y desvirtuar aquellos elementos religiosos que forman parte de nuestra sociedad, sentimientos y convicciones. Los belenes laicos -un oxímoron-, la transformación de la Navidad en el solsticio de invierno y una exaltación del consumismo, o la negativa a utilizar y colocar símbolos religiosos en los espacios públicos evidencian esta burda voluntad de manipulación.
Estados Unidos y Francia nos dan lecciones cuando el Consejo de Estado francés concluye que si el cristianismo es un elemento de la cultura gala, los belenes pueden instalarse en los espacios públicos en el marco de actividades culturales, artísticas y festivas, sin ánimo de proselitismo. No los erradica como han hecho algunos ayuntamientos de España. Y el Tribunal Supremo norteamericano ha considerado legítima la colocación de un belén cristiano en un parque público al tener en cuenta el valor de la tradición y el carácter cultural que aporta a la historia de la civilización. Porque todo belén es una bella representación de la Navidad, no del solsticio de invierno. Rafael Navarro-Valls, presidente de las Academias Jurísticas de Iberoamérica, destaca que los grandes protagonistas de la unificación europea eran políticos de extracción cristiana y, por tanto, amantes de la libertad. Su sueño de una Europa unida derivaba directamente de su odio a la tiranía. Pero hoy hay quienes están empeñados en negar y dar la espalda a los fundamentos cristianos de nuestra civilización. Pero vuelven a emerger para recuperar los valores espirituales y entender el sentido de la Navidad.
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