La Reserva de la Biosfera de Menorca cumple 25 años, ha llegado a la edad adulta sacando brillo al título pero sin un avance suficiente que la dote de contenido. La preservación del territorio y del paisaje ya se había conseguido antes de la declaración de octubre de 1993, dejando atrás de forma definitiva la presión urbanizadora de las décadas anteriores.
Ahora los objetivos son distintos. La Reserva debe aportar mucho más en la reducción de las emisiones contaminantes y dar un gran salto en energías renovables; ha de plantearse un cambio en la generación y gestión de los residuos; ha de mejorar en el consumo de agua potable y en la conservación de los acuíferos. Todo ello son deberes pendientes que no se pueden demorar más.
Sin embargo el gran reto de la Reserva lo plantea Jeroni Planells, el científico encargado de informar a la Unesco de la gestión que se hace en Menorca. La Reserva debe pasar de ser un título para repartir medallas, a un ejemplo en sostenibilidad. Para ello debe demostrar algo esencial, que el modelo auténtico de la Reserva no solo es compatible con el bienestar económico y la generación de riqueza y que no empobrece a los menorquines, sino que es una herramienta eficaz para ayudar a una buena economía.
Esta idea no es nueva, va con el título de la Reserva, pero requiere de una gestión política y de un compromiso social que no se ha alcanzado. Por ejemplo, no es lo mismo promocionar la Isla y las playas vírgenes para atraer turistas que presentar una oferta turística que presume de sostenibilidad, desde los taxis eléctricos hasta el consumo de productos agrícolas y ganaderos de producción ecológica. La gestión política de la Reserva tiene una lista larga de deberes y asignaturas pendientes. Durante estos 25 años, el Govern balear ha pasado de la Reserva menorquina, como lo demuestra que no hay una sola ley con una referencia expresa a la misma.
El aniversario puede ser una oportunidad para afrontar los retos, a no ser que lo que realmente interesa sea presumir del título.