Pillo a mi nieta desprevenida, sin móviles a la vista y algo somnolienta, y le endoso, no sin alevosía, la primera media hora de «Luces de la ciudad» explicándole matices imposibles para una niña de siete años. De reojo la veo sonreír. Y es que Chaplin sigue siendo el mayor genio de la historia del cine, el único capaz de combinar a la perfección y con escasez de medios, ternura y compasión con la comicidad más hilarante. La escena final de «City Lights» es la mejor y más emotiva que he visto en mi vida de cinéfilo y espero que Inés llegue algún día a apreciarlo. A ver si en el año que comienza mañana logro secuestrarla algún otro rato...
1-I-18
Mientras suena en la tele el tradicional concierto de Viena, pienso en el Año Nuevo con creciente acoquinamiento, por varios motivos, a saber:
a) Personales: dentro de una semana me sitúo en los umbrales de la vejez, obligado a abandonar de una vez mi socorrido subterfugio de la senectescencia o adolescencia de la vejez. A partir de ahora ya no hay juegos retóricos: el tiempo se acota y cualquier dolorcillo se convierte en amenaza.
b) Sociopolíticos: no me gusta nada lo que veo, sobre todo el auge de la extrema derecha en el mundo con sus espeluznantes efectos secundarios de falsedades, inestabilidad, depredación ambiental e insolidaridad universales. Desgraciadamente Trump no es un loco/lobo solitario sino el ariete de un plan global para certificar el (¿definitivo?) predominio de la economía sobre la política, eso sí nimbado de neo patriotismo (Trump y los suyos no dejan de ser furibundos nacionalistas) y espíritu navideño-cristiano para disimular lo que tiene de terrorismo político (¿a alguien no le da miedo el rifirrafe permanente con el coreano del norte, o la desestabilización de Oriente Medio?)...
c) Identitarios:
Debería aplicarse el dictamen de Jesús de darle a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, pero no apuntan por ahí las tendencias: Trump, otra vez él, quiere revocar la ley que impide a las iglesias norteamericanas intervenir en política y no por acendrada fe cristiana sino por cálculo político: son su vivero electoral... Y otro foco de ignición. En cuanto a los patriotismos /nacionalismos, deberían encauzarse democráticamente, no reprimirse. Y no parece ser ese el camino tomado.
4-I-18
Me llama a primera hora la doctora Neus Pons para comunicarme el fallecimiento, en la madrugada, de su padre Paco Pons Capó, el hombre que canalizó mi afición periodística en un inolvidable cursillo cuando era un inquieto adolescente que pergeñaba periódicos caseros y crónicas futbolísticas de mural. Paco intuyó inmediatamente mi vocación periodística y me acogió como un hijo (predilecto), me enseñó los entresijos de la profesión y la técnica del articulismo, y con él viví episodios inolvidables en la vida de «Es Diari», que rememoramos exhaustivamente hace unos meses con ocasión del homenaje ateneísta a Guillermo de Olives para el que fui a pedirle ayuda. La última visita fue con el exdirector del diario Joan Cantavella hace unas semanas, de la que salí abatido porque supe que no habría más.
Paco, el hombre que nunca quiso ser director pese a que le hubiera correspondido por méritos propios, era sobre todo un hombre honesto, con insobornable conciencia social desde su pensamiento netamente ácrata, un ejemplar padre de familia y un periodista de raza hecho a sí mismo, que prefería, como Thomas Jefferson, periódicos sin Gobierno a Gobierno sin periódicos. Siempre informadísimo de los avatares isleños, no era optimista con el futuro del periodismo, sometido a intereses económicos, posverdades y redes sociales tóxicas. Fue un amigo jovialmente fiel (no le gustaban los actos sociales pero acudió hace un par de años a la celebración de mis cincuenta años como articulista, su última aparición pública), y un maestro insuperable que deja un vacío enorme en el periodismo menorquín y en mi corazón.
No conseguí que escribiera sus memorias (creo que no quería hacer sangre) y me animó, sabiendo de mi ilusión, a obtener, como en su día el doctor Mateo Seguí, el carné de periodista que finalmente me otorgó la Unión de Periodistas. Ni que decir tiene que fue el primero a quien se lo enseñé. Era y es más suyo que mío y espero seguir usándolo con la misma dignidad que él. Descansa en paz, querido Paco.