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Qué remedio, feliz 2018. No queda otra que desearnos que el año que acaba de entrar sea bueno, excepcional, cojonudo o maravilloso. O todo junto. O algo por el estilo. Pero llevamos unos días con la sonrisa y con la coletilla pegada intentando ser un pelín más simpáticos que antes de que empezáramos a despedir el 2017.

Si te soy sincero, estoy hasta las orejas de los yonkis del positivismo y del optimismo que abundan en estas fechas. De esos que sonríen tanto que le duele igual al que sonríe como al que escucha. Una especie de tribu que cuando más oscuro es el marrón, más se crecen con frases que no se sabe muy bien si han leído en internet, en una galletita de la suerte o en el sobre de azúcar con el café. Jorge Bucay y sus sucedáneos le han hecho mucho mal a la existencia humana.

No deja de ser un simpático ritual lo de saludarnos tan efusivamente los primeros días del año, como si de verdad empezara una vida nueva, como si descorcháramos una botella de un vino magnífico o hiciésemos borrón y cuenta nueva. Y a mí, la verdad, es que me gusta pensar que con cada 12 campanadas arranca una especie de carrera de fondo en la que debemos emplearnos al máximo para fijarnos unos objetivos, prepararnos de la mejor forma posible y finalmente cumplirlos.

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No lo negaré. Estoy convencido que en general poco o casi nada va a cambiar el 2018, no será el año en el que se consiga un gran logro. Ojalá me equivoque, pero nos preceden otros años en los que las expectativas eran igual de altas y han resultado una especie de timo. «Nos vamos a comer el año», acostumbramos a decir, y en realidad a los que nos comen es a nosotros. Y los bocados los da la rutina, el miedo, la desconfianza y otros carroñeros similares que sobreviven robándonos el tiempo, el poco y delicioso tiempo que tenemos de existencia.

No quiero ser negativo, amigo lector, y menos ahora que nos rencontramos después de darnos un tiempo, pero parece que todo el mundo está obligado a ser feliz en estos días y que un infeliz estorba. Yo quiero que mi 2018 no sea necesariamente feliz, prefiero que sea productivo, largo, intenso, cargado de momentos de aquellos que te dejan sin habla... Estoy seguro de que si lo consigo, al final será feliz. Depende mucho de mí.

Nos empeñamos en desearnos un feliz año porque no tenemos más remedio. Porque somos optimistas –sin rozar el ridículo- por naturaleza y no nos queda otra que autoconvencernos de que el 2018 «será nuestro año». Si asumimos que serán 365 días más, estaremos resignados ante la vida y claudicaremos. Ojalá nos encontremos en estas páginas dentro de un año y podamos sonreír orgullosos. Entonces sí, habrá sido un feliz 2018.