He aquí la bella y trágica historia de los amantes Madrid y Barcelona. Él y ella se enamoraron a pesar de la desdichada rivalidad que se entabló entre sus respectivas familias políticas. La distancia, junto con las dificultades, no hacía más que incrementar su ardiente deseo de estar juntos. Pero las viejas rencillas y resentimientos, las eternas luchas por el poder y el dinero, los celos entremezclados de egoísmo enfermizo que todo lo corrompe, se interpusieron ante ese amor joven y casto, dificultando cuanto pudieron su existencia.
Oscuros y siniestros intereses buscaron aislarlos, ignorando que ellos no podían ni querían vivir separados.
Madrid amaba en ella su carácter abierto, acogedor, cosmopolita. Su prosperidad e iniciativa, su dulce manera de hablar y su exquisita cultura.
Barcelona admiraba su corazón tolerante y su sensibilidad artística. Su historia hecha de batallas perdidas y ganadas. Su generosidad y su talento.
Se mejoraron mutuamente estando unidos, fruto de su espíritu contestatario y rebelde; alimentados por incontables lazos invisibles de sana admiración y de afecto.
Mas un odio mezquino, miserable, se impuso a sus nobles y positivos sentimientos. Todo el mundo parecía conspirar en su contra. La ignorancia y la malevolencia los arrastraron al desastre.
La desgraciada historia, al estilo de Shakespeare, terminó en suicidio. Pues realmente es un suicidio, la imposibilidad de amar y ser amado