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Por qué le llaman amor a la reforma de la Constitución cuando quieren decir sexo, o sea, un mejor reparto financiero. Porque es inviolable y necesita el consentimiento de todos, supongo.

Ha empezado a hablarse en serio de la reforma como parte del acuerdo entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez por la aplicación del artículo 155 cuyo origen no está lejos de la disconformidad catalana porque le daban amor cuando pedía sexo. A los 40 años de su concepción dicen que se ha quedado antigua, no sirve para las nuevas generaciones, tiene costumbres del pasado y le falta lozanía. Está en la crisis propia de su edad.

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El debate del amor y el sexo discurre paralelo y confuso estos días. Los especialistas de lo primero están de acuerdo en la actualización y discrepan del cómo. En el debate de lo segundo ha aparecido Urkullo para ofrecer el modelo del cupo vasco como nuevo café financiero para todos. El estado autonómico es un caos, reconoce un diputado popular que abona indirectamente la propuesta federalista de Pedro Sánchez, que suena bien y sabemos lo que en ciencia política significa, pero en la boca del líder socialista puede ser cualquier cosa. Espero que sea algo más que el 'federalismo interior' que pregona Francina Armengol cada vez que hace alguna referencia a las islas menores y que suena bien si llega con inversión y es mera retórica si lo utiliza para esconder, pongamos por caso, la magra transferencia de promoción turística. Nos ha dado amor, queríamos otra cosa.

«Estamos aquí por Cataluña. Si debatimos para reformar la Constitución es porque tenemos un problema político de primer orden. Cada día que perdemos en el inmovilismo, un federal se hace independentista», ha resumido el catedrático Javier García Roca. Está bien el abrazo en torno a un texto que en sí mismo es inconstitucional en algún punto, es tan necesario como un buen revolcón en torno al acuerdo financiero.