Samsara, qué filosófico nombre, que evoca la rueda de la vida de todos los seres, el que le pusieron a la perra protagonista de esta historia, para darle después una existencia desgraciada, de dejadez y castigos.
Samsara es esa pequeña caniche cuyo cuerpo apenas se podía ver, envuelto en la maraña de su propio pelo, que vivió desnutrida, entre sus propios orines y heces, hasta que Ayuda Animal cursó la correspondiente denuncia ante la Policía Nacional y fue rescatada en Maó; se ha sabido ahora que su caso acabó en adopción, otros no tienen un final tan feliz.
Vaya por delante el agradecimiento a esa ciudadana que actuó con compasión e hizo lo que tocaba: dar el aviso; también a las protectoras, a todas, que día a día con voluntarios desinteresados persiguen el sacrificio cero, trabajan en la rehabilitación, dan cariño y promueven las adopciones, haciéndose cargo de las mascotas que otros, irresponsablemente y con impunidad, abandonan en la calle, a las puertas de las perreras o atadas con cadenas en un patio trasero.
Samsara tuvo que ser anestesiada para evitarle el dolor de rapar su propio pelaje, convertido en prisión. Su expropietaria ha sido declarada culpable de maltrato animal por el juez Fernando Pinto, condenada a un año de inhabilitación para la tenencia de animales o para realizar cualquier actividad relacionada con ellos, además de una multa y el pago de los gastos veterinarios.
Pena leve para los animalistas, aunque hay que celebrar esta decisión judicial, pionera en Menorca. Es de suponer que esa sentencia le obligará asimismo a renunciar al otro perro que tenía, un pastor alemán, también en mal estado. Sería necesario que protectoras, veterinarios, policías, refugios, ayuntamientos encargados del censo de animales, tuvieran conocimiento de un listado de estas personas inhabilitadas por la justicia, para vigilar que se cumpla el mandato del juez y romper el círculo vicioso de un maltrato que en la mayoría de los casos queda sin castigo.