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No deberían extrañarnos los datos que advierten del incremento de la adicción al alcohol en la Isla a partir de las personas que se han dirigido este año al Proyecto Hombre en busca de ayuda. Que hayan sido cinco las nuevas peticiones en 2017, entre adultos y jóvenes, significa que existe una bolsa oculta de alcohólicos que aún no ha tomado conciencia de su problema.

Son especialmente significativas las opiniones vertidas hace unos días en este diario por la directora de la fundación en Menorca. Vanessa Gomila advertía, por un lado, de la baja percepción del riesgo que tiene la juventud respecto al consumo de alcohol sin valorar sus nocivas consecuencias que son comunes a las de cualquier otra droga. Y por otro, de un descenso en las políticas preventivas que deben emanar de las instituciones.

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Se trata de una radiografía de lo más precisa a cargo de una profesional respecto al escenario que puede contemplarse en Menorca de forma creciente, año tras año, en las fiestas patronales de la Isla, sobre todo, y en las cenas de los estudiantes de instituto a final de cada trimestre.

El macrobotellón en la calle es, lamentablemente, una costumbre consentida en las celebraciones de los pueblos, a la que se agarran jóvenes y también adolescentes para iniciarse en el consumo sin tener que pasar por las barras de los bares donde los menores tienen prohibido adquirir el alcohol. Horas después aparecen las peleas producto de la alteración por el consumo de alcohol, y las borracheras con finales lamentables como hemos advertido este último estío.

A partir de la reflexión de la directora de Proyecto Hombre, sería conveniente entrar de lleno en la adopción de medidas drásticas que limiten el acceso descontrolado de los más jóvenes al alcohol en cualquier circunstancia, comenzando con las que apliquen los propios padres, por supuesto. El problema se manifiesta cada vez con más asiduidad pero tendrá consecuencias si no se actúa con prontitud y determinación.