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Salvo ataque de seny in extremis, a la hora de pergeñar estas líneas parece a punto de consumarse el temido choque de trenes entre el Estado y la Generalitat de Catalunya en el peor escenario posible (DUI +155) y la preocupación ciudadana llega a límites difícilmente tolerables. Excepción hecha de los fanáticos de ambos bandos, al borde del orgasmo político, la gran mayoría de los ciudadanos observa la situación con angustiosa perplejidad ante la que pueda caerle encima. Porque por mucho 155 que se aplique, y máxime si se hace, como parece, en su versión más severa, la situación distará de estar controlada, más bien diría que se encrespará aún más y mucho me temo que pase a la calle lo cual la convierte en una bomba de relojería.

Recordaba el otro día el notario JJ López Burniol en «La Vanguardia» que hay tres factores en ignición, la fractura social, la profunda erosión económica, y la creciente angustia ciudadana. La mezcla de los tres pone los pelos de punta y hace que nos preguntemos cómo hemos llegado hasta aquí. Los amantes de la simpleza discursiva lo tienen claro: la culpa es de los descerebrados dirigentes independentistas y sus locos seguidores engañados y/ o abducidos. El propio Rajoy, poco dado a sutilezas argumentativas fuera de sus vagas apelaciones al sentido común y la legalidad, insiste una y otra vez en esa explicación, sin preguntarse jamás por qué hay dos millones y medio (los que se acercaron a las urnas, probablemente sean más) de «engañados y/ o abducidos» y qué hay que hacer con ellos. ¿Reeducarlos? Por ahí parecen ir algunos tiros, que anuncian la intervención de los medios públicos catalanes (¿para implantar el vergonzoso modelo de TVE?), y seguramente las escuelas, para reivindicar el legado del ministro Wert empeñado en españolizar a los niños catalanes…

La verdad es que las culpas por haber llegado hasta aquí andan bastante repartidas entre los que se cargaron el Estatut y desoyeron pertinazmente las demandas catalanas (la mayoría de ellas perfectamente atendibles), y los dirigentes del malhadado procés con Artur Mas, su principal inductor, a la cabeza, capaces de saltarse todas las leyes habidas o por haber para conseguir sus objetivos. Pero ahora los platos ya están rotos y no parece que el pegamento que propone el Gobierno vaya a ser efectivo. Olvidan los partidarios de aplicar el 155 que el independentismo no es un partido político al que se puede descabezar y neutralizar sino un movimiento social transversal e intergeneracional que puede multiplicar sus acciones de resistencia a medida que aumente la represión. Mal asunto.

Y luego están los efectos colaterales de este desgraciado proceso, a saber:

-El deterioro de la figura del monarca, que hasta ahora gozaba de buena imagen incluso en Catalunya y que con sus frías y destempladas intervenciones se ha enajenado el apoyo de no solo de buena parte del pueblo catalán sino también de sectores moderados de españoles que solo aceptan la Monarquía si se mantiene neutral o, cuando menos, prudente.

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-Las jóvenes generaciones catalanas, educadas en democracia y por tanto acostumbradas a soluciones pacíficas de los conflictos, difícilmente asumirán intervenciones a las bravas cuando han vivido el episodio escocés y han oído hablar del quebequés, situaciones más o menos parecidas resueltas digamos que con una democracia de mayor calidad que la de la intervención de las instituciones por muy constitucional que sea.

-La papeleta del PSOE, atrapado en el bucle de sus vacas sagradas y buena parte de su electorado que no admite bromas con el asunto de la unidad de la patria y, por otra parte, en la delicada posición de los socialistas catalanes siempre hamletianos con sus almas catalana y española, y sin cuyo concurso no es fácil que algún día vuelva a gobernar.

-El papelón del propio PP que puede quedar enredado en la maraña de leyes y contrapesos de los que siempre se ha vanagloriado (Ley y Orden), a la hora de implementar las medidas del 155. No le va a ser sencilla su aplicación y puede que pruebe su propia medicina de recursos y contra recursos judiciales.

- Y los medios, que es ahí donde le duele al veterano periodista, que han sufrido una inmersión partidista insólita. El zapping televisivo de Barcelona a Madrid y viceversa, es desolador, TV3 y TVE, tanto monta, monta tanto ¡Y qué decir del obsceno fuenteovejuna de todos (to-dos, snif) los periódicos de Madrid, más nacionales que nunca! Purgas de desafectos, editoriales apocalípticos (la patria en peligro), artículos panfletarios, columnismo de trinchera. Solo «La Vanguardia» ha mantenido enhiesta la bandera del equilibrio, que no equidistancia, y la calidad informativa y de opinión…

Oigo Prensa tu aflicción, que diría el poeta. ¿Qué fue de aquel periodismo libre, burbujeante, polifónico, y argumentado de la Transición? Parece que se fue para no volver, como la cordura de los políticos.