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Hace unos años descubrí que mi canon literario particular estaba tan descompensado como el canon oficial: apenas había autoras entre mis obras esenciales. Ahora, en cambio, los nombres femeninos de mis listas (interminables: qué ansiedad) son cada vez más frecuentes e influyentes. La diferencia es que antes apenas había leído a las clásicas que pudieron llegar a escribir y a publicar en unas sociedades que les negaban la educación y la palabra y, por otro lado, con los contemporáneos, me dejaba llevar por las campañas publicitarias, las críticas y los suplementos culturales que daban siempre un espacio privilegiado a los autores, con nombre y apellido, mientras que «ellas» eran una masa sin trayectoria propia. Después de aquella revelación selecciono con mimo mis lecturas para intentar corregir esa ausencia que velaba una parte de la visión del mundo (también mi mundo) y dejaba incompleto el viaje por la experiencia humana: ese hueso que trata de roer la literatura.

Con ese afán nació el Día de las Escritoras, una reivindicación del legado cultural de las autoras que se celebra el primer lunes siguiente a la festividad de Teresa de Jesús de cada 15 de octubre. La Biblioteca Pública de Maó fue una de las sedes que se sumó ayer a esta iniciativa impulsada en 2016 por la Biblioteca Nacional, junto con la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias y la asociación Clásicas y Modernas. El objetivo es visibilizar y reconocer la literatura escrita por mujeres, a veces relegada a un segundo plano, al plano de «lo femenino», como si aquello no fuera del mismo modo «lo humano» que cuando se escribe «lo masculino». El medio para esta reivindicación en la segunda edición ha sido de nuevo la propia obra de creadoras —por si alguien quiere ir compensando su lista— como Teresa de Jesús, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Juana de Ibarbourou, Elena Fortún, Maria Etxabe, Alfonsina Storni, Mercè Rodoreda, Begoña Caamaño o Carmen Martín Gaite.

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2 También resonaron las autoras en el acto de Maó, donde, junto a Joana M. Garau y Llucia Palliser y el resto de asistentes, pudimos leer/escuchar algunas ráfagas literarias «en versión original» de Emilia Pardo Bazán, Caterina Albert —conocida esta última, siguiendo la estrategia de tantas escritoras que quisieron preservar su libertad, por su seudónimo masculino Víctor Català—, Clementina Arderiu, Gloria Fuertes, Ana María Matute, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Montserrat Roig, Carme Riera y Marta Rojals, que completaron una decena (posible) de mechas para encender el deseo de buscar las obras y de sumergirse en este legado que no cesa, porque las literatas continúan reflejando el mundo en sus palabras. Cada vez lo hacen, por suerte, con más dignidad y con más lectores, pero aún con cierto menosprecio por parte de algunas élites del mundo editorial e intelectual. En estos sectores primitivos siguen encajando la literatura escrita por mujeres en una especie de género menor (y de menor sueldo: la brecha salarial salpica todos los campos). Pareciera que algunos temas (que son tan infinitos como los de cualquier escritor), como el espacio íntimo, la maternidad y la no maternidad, el sexo y el cuerpo desde la perspectiva femenina, la relación madre e hija, la amistad entre mujeres, la homosexualidad femenina, la violencia machista y otros tantos que, por pura cercanía, se enriquecen normalmente cuando están tratados por una autora, no pudieran ser considerados alta literatura como lo son, por ejemplo, el campo de batalla o la relación padre e hijo, por nombrar algunos asuntos característicos de esa literatura «masculina» que ha monopolizado/configurado el ideario colectivo. Sin duda, ambas visiones son necesarias para comprendernos de una manera global en este mundo globalizado a medias.

La cita sigue siendo necesaria y en Menorca tendrá una segunda parte en la Biblioteca Pública de Es Castell, con más lecturas por parte de las poetas Adelina Gómez y Llucia Palliser, el miércoles 25 de octubre a las 20 horas. Ojalá haya escritoras para todos los días y así un día no hagan falta días de las escritoras —ni de la mujer, ni contra la violencia de género (siguen matándonos diariamente)— y ojalá que no se hagan en el futuro distinciones de género en las artes (ni en las casas) y tampoco en la literatura: que la obra sea el único objeto de crítica. Al menos ya hemos descubierto un camino: leer con empeño a las autoras, que la experiencia lectora no se limite a géneros, ni a razas, ni a clases económicas concretas, sino que crezca y nos agrande a todos.

ana@laisladelosescritores.com