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Hoy es más necesario que nunca controlar las emociones por medio de la razón para no caer en el odio enfermizo que destruye la sociedad. Son horas difíciles que pondrán a prueba nuestra determinación para recuperar la paz y la legalidad perdida. Las emociones son buenas y necesarias en su justa medida, pero desbocadas nos pueden llevar a sufrir un patatús. La anarquía, como sabe el famoso populista Rufián Sánchez Iglesias, remueve las vísceras del pueblo con una mezcla de odio focalizado sobre alguien (que no hace falta que sea un chivo, pero suele ser expiatorio), ambición desmedida, rabia sin control, promesas sin decir la verdad sobre las consecuencias negativas o los medios para conseguirlas, saltarse las normas establecidas con cualquier excusa y altas dosis de miedo, mucho miedo. Miedo, sobre todo, de quedarse al margen del rebaño y ser señalado o apabullado por los acosadores. Porque en la impunidad todos parecemos valientes.

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Los días críticos que vivimos por la situación en Cataluña son una traumática experiencia de anarquía. Una anarquía muy bien diseñada y organizada, por cierto. Estrategia totalitaria dirigida por la CUP, pero fraguada durante años de manera corrupta y desleal para eludir la acción de la Justicia. Aunque se acabará finalmente ante ella, dando un dramático rodeo. Si falla la Justicia (oculta bajo la propaganda masiva) triunfan la imposición y el caos. Y ya sabemos que en el caos, vale todo.