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Alguien pensará que es una conquista fácil o tratará de restarle importancia, pero un Estado de derecho no se improvisa ni se mantiene pasivamente, como si fuese un regalo que hemos recibido nosotros, a diferencia de medio mundo, por ser tan guais y buenas personas.

El imperio de la ley no se aprecia de manera nítida hasta que peligra o se pierde. Cuando unos, aunque sean muchos, se creen legitimados para imponer sus decisiones saltándose la ley; y otros son ninguneados, vilipendiados, satanizados por quien detenta el poder o sufren una coerción sutil o descarada… todo lo malo es posible.

Cualquier dictadura liberticida o régimen totalitario encuentra justificaciones. Sus adeptos no ven otra opción que la suya. Quien no comulga con sus pretensiones es tildado de enemigo.

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Y en España, lo de siempre: enfrentamiento fratricida que, ignorando la legalidad constitucional, se dedica a reforzar antiguas entelequias independentistas basadas en sentimientos (o resentimientos) xenófobos y racistas.

Romper con los demás no nos hace mejores ni nos añade nada bueno. Solo es un fracaso de la convivencia. Con lo que nos había costado vivir en paz y en libertad… A veces la democracia coge una depresión e intenta suicidarse.