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Tradicionalmente, hache se escribe con h, pero ahora, con el revuelo que se ha armado en torno a la Bomba H de Corea del Norte, me temo que acabará escribiéndose con B, a lo sumo con BH. Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol, y concretamente lo de la Bomba H me suena muchísimo. Me retrotrae a los primeros años sesenta, cuando teníamos que alinearnos en filas de a dos para entrar en las clases del colegio. Recuerdo que en octubre el sol brillaba en lo alto del cielo azul con un fulgor implacable, era todavía un sol abrasador, un sol de los que entre nosotros suele decirse que fa grinyolar els cans. Naturalmente, entonces, antes de entrar en las aulas, cantábamos el «Cara al sol», izábamos la bandera y prorrumpíamos en los gritos de rigor: «¡Arriba España!» Etcétera. Los comentarios eran que los rusos y los americanos tenían la bomba atómica, y también la Bomba H, que Rusia y América estaban lejos y que si acaso soltaban una Bomba H sobre Menorca no iba a quedar ni rastro de la Isla, ni siquiera un cartelito que avisara a los navegantes de su antigua ubicación en cierto lugar del Mediterráneo. Pues bien, con la guerra de nervios desatada entre Corea del Norte, América, Rusia y unos cuantos países más con potencial atómico, con el tira y afloja entre Kim Jong-un, Donald Trump y Putin, parece que no ha pasado ni un día y sin embargo estoy hablando de cincuenta y cinco años atrás. ¿Qué significa esto? Que la tercera guerra mundial hace tiempo que ha estallado. Llevamos sesenta años de tercera guerra mundial, porque cada día vivimos de prestado, esperando a que se desate un conflicto generalizado, se suelten los misiles y demás armamento disuasorio y nos vayamos todos al garete.

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Bien mirado, sería cosa de risa si no fuera algo tan trágico. Me refiero a lo de armarse hasta los dientes para evitar la guerra. Sinceramente, no creo que para conseguir la paz haya que armarse para la guerra, ni tampoco que sea lícito enriquecerse vendiendo armamento. Desgraciadamente, la paz es algo que el ser humano aún no tiene asumido. Tendríamos que eliminar los genes de la agresividad que, por otro lado, nos han permitido sobrevivir desde los tiempos de las cavernas. A veces, cuando veo que alguien se ha afeitado la cabeza de un día para otro, me doy cuenta del tamaño considerable del cerebro humano. Dicen que no sabemos usarlo más que en un tanto por ciento muy bajo. Tal vez el día que lo usemos más dejaremos, sencillamente, de preparar la guerra para la paz.