El pulso que, desde hace demasiados años, mantienen los descendientes del doctor Fernando Rubió con el patronato de la fundación que lleva el nombre del farmacéutico, empresario y mecenas ha agotado la paciencia de Albert Moragues.
Cansado de tanta cita judicial, de pleitos absurdos e increíbles, de infinitos recursos y alegaciones, el exdiputado y exconseller ha tirado la toalla. Otra víctima de la historia interminable que ha ido quemando, uno tras otro, a menorquines de buena fe que habían aceptado colaborar en la gestión de la entidad con sede en Mongofre. Los últimos han sido Mateu Mir, Jesús Barber, Maria Benejam y Albert Moragues. Demasiada tensión, dudas e incertidumbres.
¿Era este el escenario que quería el doctor Fernando Rubió para la fundación y para su emblemática finca? El edificio en cuyas salas resuenan aún el eco de sus conversaciones y los comentarios irreproducibles sobre personajes que acudían atraídos por el brillo del 'cavaller i la fortuna', como lo describió Pau Faner, con trazo magistral.
Dimitri Sturdza, el empresario francés de origen rumano que se ha comprometido a desarrollar un inteligente plan de actividades en Mongofra, denuncia que «tenemos muchos ejemplos de familias que no aceptan el beneficio común y buscan solo un beneficio egoísta» y añade que «los usuarios [léase la familia Rubió] no pueden jugar a ser víctimas y no pueden quejarse de los problemas que crean». En abril de 1994 falleció el doctor Fernando Rubió i Tudurí. 23 años después la fundación que lleva su nombre sigue inmersa en un disputa constante entre la familia Rubió y el patronato. Todos los implicados son personas mayores. Ya es hora de acabar las hostililidades. Por favor, Fernando López y Mercè Rubió, aceptad que carece de sentido continuar esta historia interminable.
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