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Los jóvenes se habían radicalizado, decía la prensa. Atraídos por un imán que les había lavado el cerebro. Mentes influenciables propensas a los mensajes sectarios, sin dudas ni matices. Es fácil construir un enemigo. Lo vemos a diario. Nuestra sociedad se enfrenta a un desafío terrible: el odio concreto, definido, subvencionado, genera un peligro difuso, insidioso, difícil de combatir.

En esta sociedad libre, donde la ley nos ampara porque nos limita mutuamente, debemos garantizar los derechos de todos sin excepción. Hay quien niega el Holocausto, o la Transición, o la Constitución… Y amparadas bajo la libertad de expresión, opinión o conciencia, campan a sus anchas la ignorancia, la maldad o la intransigencia.

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¿Cómo se radicaliza a alguien? Se difunde y propaga el odio bajo mil formas distintas. Jóvenes fanatizados, abducidos, manipulados... Y adultos que los reeducan para conseguir sus fines. No nacemos racistas.

Ojalá superemos este tiempo de incertidumbre sin más sangre derramada. Sin más traumas provocados por los radicales libres que buscan dinamitar la convivencia. La pasividad o la condena no bastan. Hay que hacer algo efectivo, y hacerlo sin dilación, si aspiramos a vivir en paz y libertad. La indiferencia ante el mal es un síntoma claro de enfermedad moral. De mente débil. Debemos combatir una infección que pone en peligro tantas vidas.

Nos han herido en las Ramblas. Pero venceremos y seremos más fuertes.