Hoy los titulares volverán a dedicarse a las secuelas del terror que dejó el atentado en las Ramblas de Barcelona. El último yihadista abatido, la maquinación durante meses del ataque, lo que podíamos haber hecho y no hicimos..., porque ya se sabe, en este país hay muchos expertos de sofá, sobre todo están en internet, funcionan a golpe de likes y dan lecciones sobre cualquier materia desde el ordenador: de cómo disparar a terroristas cargados de explosivos, de periodismo, de inteligencia y espionaje, de la CIA, de la financiación de atentados, de la Casa Real..., en fin, para qué seguir.
Lo único cierto es que nos ha tocado padecer lo que otros países europeos llevan sufriendo mucho antes que nosotros, que nos ha devuelto de golpe a los terribles días de los trenes de la muerte en Madrid, y que las ramblas, ese espacio no solo de los barceloneses sino de todo el mundo, quedó sembrado de víctimas, que son lo más importante y que con la celeridad informativa, demasiado pronto pasan a formar parte de la macabra estadística. Salvo para sus allegados, que nunca más les podrán abrazar. Hay miedo aunque se diga que no, todos o casi todos en Menorca tenemos algún vínculo con Barcelona, amigos, familiares, hijos que estudian; toca muy de cerca, pero no queda otra que seguir. Qué ridículos se me antojan ahora los debates de días anteriores, el turismo sí o no, y qué prepotentes o ignorantes éramos, pensando que tal vez aquí no nos llegaría la desgracia, y eso que día a día veíamos el goteo de detenciones, una aún más cerca, en Inca, gracias a la labor de las fuerzas de seguridad.
El terrorismo busca matar, también desestabilizar, enfrentar, causar daño a las economías. No son estas líneas para criticar en momentos de duelo, sino para una humilde reflexión. La de relativizar las controversias de cada día, lo superficial, los enfados que nos nublan y no nos dejan ver que tenemos lo más preciado, la vida, la nuestra y la de los seres que queremos.