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Nadie tiene derecho a decidir por otros. Por mucho que nos guste más o menos lo que predica. Ya sabes, aquello de que el derecho y la libertad de cada persona llega hasta donde empieza el derecho y la libertad del prójimo. Queda claro, ¿no?

Pues deberían recordárselo a los energúmenos que se están dedicando últimamente a boicotear el turismo y a los turistas en Cataluña y en Mallorca. Tiene valor que estos y estas hayan decidido que están hartos y en nombre «dels Països Catalans» hayan decidido rechazar lo que no les gusta asaltando restaurantes, yates y demás.

A mí me parece fantástico que haya gente a la que el turismo les supera, del mismo modo que me parece igual de fantástico que haya gente que tenga la consideración de invertir sus ahorros en pasar las vacaciones en Menorca. Lo que detesto es que unos y otros se excedan convirtiéndose en eso, en energúmenos.

Por mucho que detestes una cosa no hay nada que te dé la potestad de tomarte la justicia por tu mano. A los «super hérores» del Turismo, además de alguna lección de educación, se les tendría que recordar que allí donde ellos no quieren turistas hay un importante número de personas que viven del turismo y que mientras hacen el imbécil y la imbécila los principales afectados son aquellos que tienen cuatro, cinco o seis meses para recaudar con lo que vivir todo el año.

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El discurso de los alternativos resulta cansino, cuanto menos. Verlos una y otra vez ladrando contra lo que no les parece bien de forma maleducada y menguando el derecho y la libertad de otros es lamentable y demuestra qué clase de gente son, que no personas.

Porque normalmente tienen la suerte de encontrarse víctimas más educadas que no entran en el juego que les proponen y guardan la compostura. Pero viéndolos no me extrañaría que algún día alguien se rebote y, como son cobardes y atacan en manada, a aquel que se rebota lo incriminen.

Confío en que no lleguen a Menorca y que su brillante intelecto tenga a bien largarse. Porque a mí, la verdad, si me intentan fastidiar las vacaciones les pegaría una patada en su reivindicativo culo. Una patada en castellano y otra en catalán, por si la primera no les ha quedado claro. Y tan fuerte que con ella se volvieran por donde han venido.

dgelabertpetrus@gmail.com