Pocos saben hoy que en las embarcaciones antiguas se llamaba «carajo» a una cestilla situada en lo alto del palo mayor donde se realizaban las funciones de vigía. Podías pasarte horas sin ver tierra, aburrido y más mareado que un pulpo. A veces, el capitán del barco lo utilizaba como castigo y ordenaba colérico: ¡Vete al carajo! Dicha expresión se ha ido transmitiendo de generación en generación, olvidando su origen marinero pero conservando su sentido figurado: quitarse a alguien de en medio.
Lo que decimos y cómo lo decimos es una fuente inagotable de experiencia y vida, que es preciso descifrar y revivir si queremos comunicarnos. Nos dejó dicho un maestro sabio que continuamente deberás elegir si vas con los más o los menos. No siempre es bueno ser halagado o aplaudido. No todos te comprenderán si sigues tu camino. Pero el precio de venderse al mejor postor es triste y alto: falsificarte.
La Real Academia de la Lengua Española acaba de admitir como correcta la forma «iros» para el imperativo del verbo ir. Dicen que es una expresión vulgar e incorrecta que ya usaba todo el mundo. No subestimemos nunca la gran fuerza bruta de la ignorancia. Si lo hace o dice la gente ¿Qué le vamos a hacer? Si saltarse la norma deviene normal.
Ya no hay barcos a vela como los de antes, aunque para alguien culto e inconformista, su primera reacción delante de tanta vulgaridad triunfante sea exclamar: ¡Idos al carajo! Y quedarse tan ancho.