No fue el 15 de junio de 1977 un día histórico para el que suscribe, aparentemente centrado en los exámenes finales de Primero de BUP, y más preocupado por la sensualidad de Victoria Vera, las piernas de Rafaela Carrà, o el Barça de Cruyff, que por las colas que recuerdo vagamente frente a los colegios electorales entre las barriadas de Sants y Les Corts.
Las familias reunidas ante el televisor cada noche seguían con atención la tragedia del esclavo Kunta Kinte, las tramas amables de Vacaciones en el mar o el célebre concurso «Un, dos tres». En el cine proyectaban «Rocky» y «Annie Hall», y en el instituto los folloneros organizaban una sentada tras otra para reivindicar lo que fuera durante la eterna huelga de los profesores no numerarios que nos libró de clase durante varias semanas.
Ese 15 de junio de 1977, del que ayer se cumplieron ya 40 años, se celebraron las primeras elecciones generales en España después de la dictadura. Fue, en cierto modo, el inicio del renovado futuro de este país tras haberse aprobado un año antes la Ley para la Reforma Política que desmontaba el régimen franquista.
Cuatro décadas después aquél episodio capital de nuestra historia es explicado hoy con pasajes opacos por la nueva izquierda más radical para fabricar otro comienzo a su medida obviando cuanto se consiguió desde entonces.
Y la verdad es que esta España se parece poco a la de 40 años atrás, pero es indiscutible su avance con muchos más claros que oscuros. Hoy las elecciones generan interés, sí, pero carente de la ilusión, la incertidumbre y la emoción que tenían las de entonces.
La corrupción brotada en los grandes partidos desde la llegada de la democracia, vigente por los continuos escándalos de la formación en el poder, ha contribuido al desencanto que hace imposible la comparación. Además, entonces éramos solo felices adolescentes. ¡Qué tiempos aquellos!