TW

De pronto me acuerdo de la canción Money, de Berry Gordy y Janie Bradford, tal como la cantaban los Beatles. La letra dice: «Las cosas mejores de la vida son gratis, pero puedes guardártelas para los pájaros y las abejas, a mí dame dinero». Era el grito de la generación que surgió con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, dame dinero, déjate de ideales. Habían llegado los años sesenta y la euforia económica se echaba de ver. Pronto se liberalizarían las costumbres; muchachos con pelos largos, chicas en minifalda y petróleo barato. Después de la crisis del 73 nada fue igual. La democracia llegó a España y con ella el destape, las películas de Bertolucci, las calificadas con una equis, las pugnas en el parlamento entre nombres ya míticos como los de Santiago Carrillo, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Jordi Pujol. Mi madre solía decir que el mundo da muchas vueltas, y es cierto, da una vuelta cada día. Hoy el petróleo sigue siendo muy caro, dos Beatles están muertos, como Santiago Carrillo o Adolfo Suárez, el PSOE está dividido y en horas bajas, Jordi Pujol perseguido y los catalanes al borde de una separación que se nos antoja traumática. Pero los jóvenes, la mayoría sin trabajo, siguen pegando el mismo grito: «¡Dinero!» y muchos se han unido en un partido también joven, cuyo nombre tiene resonancias de Obama y se llama Podemos. El mundo, mientras tanto, sigue dando vueltas, podemos salvarlo o acelerar una caída desastrosa, acorde con el desconcierto mundial.

Noticias relacionadas

Cualquier tiempo pasado fue mejor, sobre todo si era ese tiempo de tregua de la postguerra, donde ya habían muerto demasiados y la tensión internacional se había aplacado ligeramente, solo ligeramente. Alguien comparó los felices sesenta con los felices veinte, pero aunque siempre resulta engañoso comparar, a finales de los treinta volvió la guerra y fue la más dura de las que hasta ahora se tiene noticia. Pero no quiero ser apocalíptico. Me voy a quedar con la nostalgia. Cuando ya no había escasez, cuando comíamos huevos fritos con patatas y de postre un helado de La Menorquina. La Menorquina hacía un bombón helado cilíndrico, envuelto en papel de plata, que se llamaba Nativo. Estaba forrado de chocolate y dentro era de nata aromatizada. Estaba riquísimo. Entonces, cuando los veranos eran paseos en bicicleta hasta «lindas playas para escuchar» a Bonet de San Pedro y otras músicas en inglés que empezábamos a descifrar, porque nosotros éramos, simplemente, nativos.