El señor Puigdemont no pierde la ocasión de hacer el ridículo. Debe ser que no se ha enterado nunca de lo que decía el molt Honorable Josep Tarradellas: «en política se puede hacer de todo menos el ridículo».
Después de la pobre cosecha, el poco caso que ha hecho el gobierno de Donald Trump del secesionismo catalán, Puigdemont decidió probar suerte con el gobierno de Marruecos, y se vio obligado a suspender el viaje porque no se avino a reunirse con él ninguna autoridad del reino alauita, ni siquiera autoridades de escaso perfil. O sea, un fracaso sin paliativos.
Hay que ver los dolores de cabeza que ocasiona un empecinamiento como el de ustedes, cuando no es un clamor popular sino de unos políticos que decidieron tomar un atajo en busca de la independencia, dispuestos a pasar por encima como poco, de la otra mitad de la población catalana, y de paso además, trastocando leyes deprisa y corriendo, porque con las actuales lo que pretenden no tienen el respaldo de la ley.
Mientras tanto, teniéndolo todo por atar, se van poniendo fechas que luego no se pueden cumplir, en vez de asentar sus pretensiones desde la más absoluta legalidad, midiendo los pasos con pie de rey y usted perdone ¿Son legítimos sus deseos? Pues mire, no seré yo quien diga que no, pero los deseos no están siempre contemplados por las leyes que una sociedad se ha dado, y que no le queda otro remedio que respetar si quiere ser respetado. En cualquier caso, conviene huir del ridículo como de la peste señor Puigdemont.