VIERNES, 5
Veo la fotografía de Donald Trump con la boca desmesuradamente abierta, en un rictus de satisfacción, tras haber obtenido su primera victoria política con el inicio de la demolición del programa de salud de su predecesor, el llamado obamacare. Y lo escribo en cursiva porque pírrica victoria es esta que intenta cargarse una ley buena -no perfecta, no las hay- que proporciona asistencia a más de veinte millones de ciudadanos, antes sin posibilidades de acceder al sistema sanitario, y perpetrado todo sin disponer de una alternativa clara y viable (que no la tiene). El obamacare fue para los republicanos una obsesión desde sus inicios, una ley comunista que cercenaba la sacrosanta libertad del individuo para procurarse la salud por sí mismo, e iba a disparar el déficit público -lo que ha resultado absolutamente falso-. Ni siquiera las evidencias les han apeado del burro ideológico. Y es que se está produciendo un fenómeno tan sorprendente como inquietante: se vota y se gobierna más por el sentimiento tribal que por convencimiento o tan siquiera por conveniencia. Voto por los míos y para fastidiar a los otros, en este caso a los progres obamistas y los del mundo entero, que chinchen. Y después de mí, el diluvio.
Dietario
El silencio de las praderas
13/05/17 0:00
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