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VIERNES, 5
Veo la fotografía de Donald Trump con la boca desmesuradamente abierta, en un rictus de satisfacción, tras haber obtenido su primera victoria política con el inicio de la demolición del programa de salud de su predecesor, el llamado obamacare. Y lo escribo en cursiva porque pírrica victoria es esta que intenta cargarse una ley buena -no perfecta, no las hay- que proporciona asistencia a más de veinte millones de ciudadanos, antes sin posibilidades de acceder al sistema sanitario, y perpetrado todo sin disponer de una alternativa clara y viable (que no la tiene). El obamacare fue para los republicanos una obsesión desde sus inicios, una ley comunista que cercenaba la sacrosanta libertad del individuo para procurarse la salud por sí mismo, e iba a disparar el déficit público -lo que ha resultado absolutamente falso-. Ni siquiera las evidencias les han apeado del burro ideológico. Y es que se está produciendo un fenómeno tan sorprendente como inquietante: se vota y se gobierna más por el sentimiento tribal que por convencimiento o tan siquiera por conveniencia. Voto por los míos y para fastidiar a los otros, en este caso a los progres obamistas y los del mundo entero, que chinchen. Y después de mí, el diluvio.

Más tarde leo en «El País» una interesante tribuna del escritor Manuel Vilas («El verdugo afable», 5-5-2017), quien acaba de publicar un libro que se titula precisamente «América», en la que relata su viaje por el Medio Oeste norteamericano, fuente originaria del caudal de votos de Trump. Resumiendo a vuelapluma, Vilas nos cuenta que en esos parajes desolados, sin plazas, con calles sin aceras, solo para coches, la vida, sin otro espacio público que el de las múltiples y variopintas iglesias, sigue sin ninguna alteración, ajenos al movimiento sísmico causado por el beneficiario y administrador de sus votos. A esos ciudadanos, dice Vilas, solo les importa la casa, el automóvil reluciente, el trabajo, la familia, los electrodomésticos y la posesión (no son banalidades, ciertamente), y que Trump haga lo que tiene que hacer que «para eso le hemos votado».
Nada que ver con los ciudadanos airados de Nueva York, San Francisco o Los Ángeles, donde la vida pública tiene conciencia de sí misma. En la América profunda no se siente en absoluto la vergüenza política que sentirían muchos franceses si llegase a ganar Marine Le Pen. Y termina su reflexión con una frase sobrecogedora: «Si alguien busca respuestas a la llegada de Trump a la Casa Blanca que ausculte ese silencio melancólico y devastador que se produce en las infinitas praderas del Medio Oeste». ¿El atronador silencio de la ignorancia?…

SÁBADO, 6
Mientras desayuno mi pan de centeno amb oli i sal me relamo de gusto reviviendo la gran noche teatral de ayer en el Principal (gracias, Ángela Vallés por tu eficacia y buen gusto), con la puesta en escena de «Infàmia» con unos enormes actores que entran y salen de sus personajes con naturalidad y maestría. Teatro puro, teatro dentro del teatro que es vida, porque al fin y al cabo todos estamos en un escenario interpretando una obra caótica de la que solo sabemos que acaba mal.

Comida ecuménica en Sa Vinya des Port con parejas de Ciutadella, Es Migjorn y Alaior, amigos de décadas y con un nexo insólito: todos llevamos treinta y cinco o más años casados con la misma pareja, pero no nos damos cuenta hasta los postres. Al fin y al cabo es una fruslería. ¿O no?

Noticias relacionadas

DOMINGO, 7
Camí de Cavalls para adolescentes de la vejez: de Cala Galdana a Cala Mitjana i n'hi ha ben prou (media horita ida y vuelta, ideal para sentirse realizado y no morir en el intento). Asombrosa vista de la cala vecina de la perla mediterránea violada en los años sesenta del pasado siglo. Ja que hi som, y nieta mediante, homenajeamos a la madre/abuela y brindamos a la salud de los franceses.

20 horas: Gana Macron, fuuuuu, Laus Deo. Adelante, Europa.

MARTES, 9
Es un lujo leer los artículos en «Es Diari» del profesor mahonés afincado en EEUU Benjamí Carreras Verdaguer y doble lujo poder escucharle en sus charlas, como anoche en el Consell ante escasa audiencia. Como escasa es la atención que en general prestamos los españoles -como recalcó el paisano científico-, al asunto del cambio climático, un invento de los chinos para Donald Trump y una imposibilidad metafísica para otros iletrados de su gabinete «porque la Biblia niega que el hombre pueda llegar a destruir el planeta» o «porque no se puede trabar el progreso»…

Pese a su mensaje pesimista sobre el futuro de la Tierra, cada vez más poblada y con creciente consumo energético (otro científico, Stephen Hawking, acaba de declarar que en cien años la humanidad tendrá que trasladarse a otro planeta), Benjamí nos deja el estimulante testimonio de la resistencia de muchos investigadores estadounidenses que se niegan a obedecer los designios desregulatorios de Trump y sus locos compañeros de viaje. Alguien grita en la pradera.