Que un desalmado o desalmada se ponga hasta las cejas de todo lo que le pase por delante, coja el coche y reviente la vida a un grupo de ciclistas sale barato. Casi gratis. Ese es el mensaje que nos queda y el que se transmite y por eso cada dos por tres lamentamos una nueva tragedia. Ejemplos de Fitipaldis que campan a sus anchas con la conciencia tranquila los hay a puñados. Y es lamentable. Una puta mierda.
Cuando aún nos estábamos lamentando por el asesinato en Eivissa de Dani Viñals a manos de un conductor que dio positivo en alcohol y en cocaína y metanfetamina, en el siguiente fin de semana una pendeja borró dos vidas de un plumazo mientras conducía borracha y drogada en Oliva. El tercero murió hace unos días. Y no serán los últimos, lamentablemente.
Como te decía, el mensaje que le queda a la sociedad es que la justicia es blanda y fofa con esta panda de asesinos en potencia. Aquí, sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de Nito Garriga y José Antonio Tena, además de otros dos heridos, que fueron brutalmente asesinados por un joven al que, unos cuatro años después del accidente, le cayeron dos años y medio de cárcel pese a declarar el juez probado que imprimía «una fuerte velocidad al vehículo, importándole poco las demás circunstancias del tráfico, realizando una conducción brusca […]».
Es horroroso pensar que la sociedad pueda banalizar estos accidentes hasta el punto de verlos como algo normal, cotidiano y que la fatal posibilidad de que cada fin de semana muera algún ciclista por los excesos del conductor o conductora en la noche anterior sea habitual y apenas nos afecte. Ni nos inmutemos. Es un paso atrás como sociedad y como seres humanos.
Yo no voy en bicicleta porque tengo miedo. Y también lo tengo cuando me toca madrugar y debo cruzar la Isla un domingo por la mañana, aunque vaya en coche. Tengo miedo de no saber a quién y en qué condiciones me voy a encontrar en mi camino.
Si la justicia aplicase medidas más duras, castigos ejemplares, a lo mejor reduciríamos drásticamente el número de accidentes. Porque evitarlos es imposible. Está prohibido conducir bajo los efectos del alcohol y las drogas, está claro, pero pecaremos de tontos y tontas si pensamos que habiendo estado toda la noche sin dormir estamos en condiciones de coger el coche. El sueño también es peligroso y limita los reflejos. Precaución.
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