A buen tiempo, mala cara. Es la antítesis de un conocido refrán. Pocas veces la cara va en consonancia con el tiempo que hace. Parece una ley de compensación. Afán de contradicción o de contraste. Cuanto mejor estamos, más nos quejamos y exigimos. Se valora poco lo que se tiene y mucho lo que se pierde.
Vísteme despacio que tengo prisa, es otra contradicción aparente de las que pueblan el paisaje. La calma es hoy un bien escaso. El frenesí está de moda. Una cosa son los hechos y otra distinta nuestra actitud ante ellos. Los mismos perros pueden llevar distintos collares. Y ante una misma realidad, nuestra respuesta acostumbra a ser divergente, imprevisible, congruente con la persona que somos y con los valores que llevamos dentro, como semillas que florecen tras la lluvia. Tomamos nuestra situación particular por universal y nos ponemos absolutistas, egocéntricos, individualistas. La vanidad necesita una cura de humildad. Solo la empatía nos permite ponernos en el lugar del otro. La antipatía, en cambio, nos aleja e incomunica de manera imperceptible. Intentemos poner buena cara. Es un síntoma de que el alma está sana. Por eso los que odian tienen cara de pocos amigos.
No sabemos cómo acabarán los acontecimientos que se avecinan y nos tensan. A veces, el futuro parece una película de suspense. Solo seremos dueños de nuestra actitud ante lo que pase. Es cuestión de tiempo avergonzarnos o sentirnos orgullosos.