Podría yo decir que en la costa donde acaba Cantabria y empieza Asturias, una a cada lado, encontramos Tina Menor y Tina Mayor. Por una de esas rías hay quien está llevando eso de envejecer los vinos a las últimas y más sorprendentes consecuencias. Yo que llevo una vida queriendo saber de vinos, me he quedado de piedra pómez cuando he visto adónde llega el ser humano cuando le dejan.
Cogen unas botellas de vino de Rioja, las suben a una barca y se van más allá de la bocana de la ría, hasta encontrarse en el Cantábrico con una profundidad de 20 metros. Entonces un submarinista baja caja a caja los riojas y los coloca en unos botelleros, que tienen de propósito dentro de jaulas metálicas y cierran las mismas, que están enmalladas para dejar circular el agua, y ahí se quedan de esta suerte las botellas durante varios meses.
Algunas llegan a ser colonizadas por la fauna marina como las lapas o los parientes toscos de los corales. El caso es que al recuperar los riojas, las ampollas de vidrio tienen un aspecto entre raro y curioso, pero lo importante son los caldos, sometidos a tan extraño proceso, que en nariz y paladar de reputados enólogos, dicen estos que aquellos riojas han adquirido una calidad muy superior a los mismo riojas que se quedaron en tierra.
Qué quieren que les diga, ya solo nos falta que levantemos las próximas bodegas en el fondo del mar. Menorca en ese sentido lo tiene fácil.