Paz es una palabra monosílaba como luz, fin o mar. La usamos como antónimo de guerra y la asociamos con el amor y la concordia. Hablamos de paz interior como un estado de calma y armonía que nos gustaría alcanzar?. Sin embargo, nos cuesta encontrar la paz porque la paz es una conquista personal y social, un estado de ánimo, un anhelo permanente de gente civilizada. Algunos prefieren otra cosa.
Los conflictos son naturales, inevitables, positivos. Ayudan a crecer. Pero cualquier forma de agresión destructiva es mala y hay que combatirla hasta erradicarla. Cuando estalla la crisis es ya demasiado tarde. Hay que ir al germen escondido, invisible, y a la incipiente raíz de las múltiples violencias que siempre nos acechan, poseen o destruyen. Es ahí donde hay que actuar con urgencia. Reconocer, diagnosticar, ahogar. Porque la pasividad es cómplice y necesaria para que crezca el mal y se propague.
Hay mucho que hacer para construir la paz o hacer las paces. Cada uno a su manera. Esté donde esté. Los que siembran odio recogen, tarde o temprano, tempestades. La paz es algo positivo que trabajamos y defendemos; no algo negativo que aspira a contener todo lo que evitamos o intentamos tapar.
Hay que rastrear desde cuándo nuestra pasividad e indiferencia (en España, en Europa o en el mundo) empezó a alimentar ese menosprecio larvado en palabras, obras u omisiones, que hipoteca nuestro futuro y desvirtúa nuestros sueños.