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El Institut Balear d'Estadística acaba de publicar los últimos datos sobre muertes por suicidio en la comunidad autónoma, las de 2015, último año disponible que arroja el triste balance de siete fallecidos en Menorca. El número, frío, nos devuelve a la tasa habitual entre comillas, si se puede hablar de normalidad en una cuestión antinatural como es quitarse la propia vida. Pero es que en los dos años anteriores la isla duplicó las víctimas, 14 en 2014 y 13 en 2013, en una rima numérica siniestra. Pueden ser más, ya que los propios profesionales advierten de que algunos casos se camuflan como accidentes, porque todavía existe un cierto tabú, el sentimiento de culpa de los que rodean a la persona que toma esa decisión, vergüenza que no debería de existir. También los medios, en un intento de frenar el supuesto efecto imitativo de la conducta suicida, evitan informar profusamente de estas muertes, y en cierto modo se enmascara una realidad que es tozuda: hay más muertes por este problema que por accidentes de tráfico. Si como alertan los psicólogos por cada suicidio hay veinte intentos, el drama es aún mayor, se trata en muchas ocasiones de una muerte anunciada que no se ha podido prevenir. Habría un fallo general de la atención a la salud mental, que está muy relacionada con estas situaciones, aunque otras también se generan porque el individuo está -o cree estar-, en un callejón sin salida ante conflictos de diversa índole, ya sea acoso, desahucios, soledad…

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Urge pues actuar. El Govern anuncia ahora la creación de un Observatorio específico, junto con el plan estratégico de salud mental. Debería estar listo este año, ya que acumula retraso. Es bueno que se abra el debate en el Parlament. No en vano la isla se vincula a una especie de leyenda negra en esta cuestión, no sabemos si justificada, pero seamos serios y dejemos de culpar al viento.