El termómetro sigue subiendo de forma preocupante. La fiebre del odio, la ira, la xenofobia, el desconcierto, la inseguridad y el populismo nos hablan de una infección grave, que va adquiriendo el carácter de epidemia. ¿Alguien conoce el tratamiento? ¿Llegaremos a tiempo de detenerla? Si no reaccionamos pronto, pagaremos las consecuencias. No es la primera vez que ocurre. Recordemos. La sociedad puede enfermar y debilitarse hasta límites insospechados. Se empieza por negar o ignorar los síntomas. Rechazar las ayudas. No seguir las indicaciones terapéuticas. Y la cosa va de mal en peor ante una parálisis que agobia y aturde.
Cuando escuchamos o leemos cada día expresiones de rencor, de desprecio, de intolerancia… declaraciones tóxicas altamente inflamables… cuando triunfan el radicalismo y el totalitarismo… las ansias de división y enfrentamiento. Cuando le negamos al otro toda legitimidad y pretendemos borrarlo del mapa, la metástasis avanza implacable. Europa está convaleciente después de la amputación ya decidida y que promete ser costosa, larga y dolorosa. Puede que siga la gangrena.
Lo único que podría salvarnos es acertar en el diagnóstico, ser valientes y constantes con la medicación, cortar por lo sano…. Necesitamos un lazareto mental donde recluir los pensamientos enfermizos antes de que la peste que ya se ha empezado a extender, rompa los diques de contención que quedan en pie y se lo lleve todo por delante.