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Hay expresiones que de por sí, sin necesidad de contextualizarlas, pueden dar mal o buen rollo. Cuando alguien le diga, «yo soy así», huya despavorido, seguramente se encuentra ante alguien bastante borde que le va a fastidiar el día. Por el contrario si escucha «eso quita el sentido», seguramente estará ante alguien con raíces del sur que está disfrutando sobremanera de alguna situación. Las palabras que usamos dicen mucho de nosotros, también las que callamos obviamente, pero esas se las dejo a los poetas que son los que poseen el auténtico talento.

Y en la vida, dura y absurda en muchas situaciones, nos sobran los amargadores profesionales y nos faltan los que dan un poquito de alegría. Deberíamos desterrar a los que piensan que ejercer la solidaridad es una cosa, pero ejercerla a cambio de nada es otra bien distinta. Cuanta gran empresa no da migajas de sus beneficios para obras sociales, pero solo porque saben que desgravarán pasta gansa. Por no hablar del marido de la infanta, cuñado de rey, que se lo llevó crudo de forma obscena. Cuanta arrogancia les da el clasismo.

Una de las mejores curas contra todo mal rollo es viajar, y si además acompañamos el viaje con la amistad lo petamos. Cierto es que viajar desde nuestra Menorca es más complicado que si vives en la península. No terminan de aclararse con el tema de los descuentos de residentes, o la mejora de conexiones, y así llevan años mareando la perdiz. Deberían dejar de poner viejas recetas para los eternos problemas, comprobado queda que no funcionan, y empezar a buscar otra perspectiva para solucionar los temas. Quizás deberían ser un poco más atrevidos, un poco más audaces, e incluso leer a la poetisa Gloria Fuertes para sentirse de nuevo niños y renovar las añejas visiones.

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Mola como perciben y viven los niños todo lo que les rodea. De Maó a Ciutadella hay 45 kilómetros. Adriá, un niño de Sant Lluís, aprendió de sus hermanos mayores que cuando viajan en el coche familiar por la península las distancias no van en kilómetros, sino en ciutadellas. Acostumbrando a las distancias cortas de nuestra Menorca, hacer más de 90 kilómetros, es decir, dos ciutadellas, se le hace tan inmenso como atravesar Australia en patinete. Desde la altura de un niño todo es una gran aventura.

Cuando Adrià volvió de un viaje por Málaga no contó que había visto el casco antiguo de Ronda, el blanco de las fachadas de Mijas, o que había paseado por la calle Larios o los alrededores de la catedral llamada «la manquita» porque tiene una torre sin acabar. SI alguien le preguntaba por ese viaje lo primero que comentaba es que había estado con su amigo David, lo segundo que en la casa de sus amigos vivía una gata anciana venerable que se llamaba Luna y tenía 17 años. Y por último, cerraría con los desayunos increíbles que se metió cada día porque sus amigos le habían regalado una palmera de chocolate gigante. Palmera, que para un goloso, quitaba el sentido de buena que estaba.

Si tuviera el talento de los poetas podría lanzar versos que se convirtieran en armas cargadas de futuro. Pero como no es el caso, intento agacharme de vez en cuando para coger la perspectiva del niño, invitar al amigo a saborear nuestra Menorca, seguir contando las distancias en ciutadellas, buscar cosas buenas que quiten el sentido, y sobre todo mantener bien lejos a los que van de sobraditos, porque no quiero que nadie venga a jodernos el día diciéndonos que ellos son así. Feliz jueves queridos lectores.