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A lo largo de la historia, cada avance tecnológico, cada revolución, nos ha aliviado del esfuerzo y ha supuesto también la reconversión en el sector afectado, cuando no ha puesto patas arriba no solo un modo de fabricar sino la vida misma de la sociedad. La lucha contra corriente, en un intento desesperado de aferrarse a una forma de hacer, a los puestos de trabajo, ha sido normalmente estéril. La técnica se ha impuesto y el reciclaje profesional también, porque esas tareas que hacen las máquinas, esos empleos, no suelen volver. Internet y los móviles son ya un fenómeno consolidado que ha cambiado la concepción del mundo, la forma de comunicarse, con sus virtudes y defectos, y al que ha habido que adaptarse.

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Ahora llega la robótica. «Inteligencia artificial, automatización y economía» es un informe que publicó el gobierno de Estados Unidos en el que se asumía la destrucción de millones de empleos, sobre todo de cualificación baja, con la entrada de robots en el mercado de trabajo. Una auténtica crisis que ya ha comenzado y que no afectará solo a las labores manuales o de las cadenas de montaje.Japón ha dado un paso más allá y experimentará con la sustitución por robots de trabajadores de oficina. Ya lo ha hecho en la recepción de algunos hoteles. Será serio el asunto cuando el mismo Bill Gates ha entrado en el debate y ha propuesto que se grave fiscalmente los robots que reemplazan personas, para destinar esa recaudación de impuestos a crear otros trabajos de tipo social. Tampoco Europa quiere quedarse atrás, su Parlamento discute cómo legislar y crear un marco ético para el desarrollo robótico que viene, incluido un 'botón de la muerte' -y no es ciencia ficción-, para desconectar al autómata cuando amenace una vida humana. Quién sabe, incapaces de invertir la pirámide poblacional, y ahora ya no nos da tiempo, quizás los robots puedan pagarnos nuestras pensiones.