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No sé si es despreocupación, una merma de cultura gastronómica o esas reminiscencias de afrancesar las cartas de los restaurantes españoles que nos duraron hasta bien entrada la mitad del siglo pasado. A las recetas españolas se las afrancesaba el nombre por esa torpe ignorancia de creer que así resultaban más apetitosas. Aún hoy a nuestra sin par salsa mahonesa, sobre todo la que se vende procesada, la malbaratan el nombre presentándola como salsa mayonesa, cuando no mahonnaise, sin tener para nada en cuenta que todos los diccionarios etimológicos franceses afirman que el origen de la palabra es menorquina.

Lo realmente lamentable ahora que nos ha dado por esa fiebre de publicar libros y revistas gastronómicas inundando de paso las televisiones con programas de dudoso gusto gastronómico es que en esas revistas, en esos libros y en esos programas se afrancese el nombre de la salsa mahonesa cuando debería de aprovecharse la ocasión para hacer justamente lo contrario, como hace con acierto Karlos Arguiñano que siempre la nombra como salsa mahonesa, defendiendo el legítimo origen de la misma.

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Hay un dato que es para mí demoledor: según tengo en este asunto investigado, antes de la conquista francesa de la isla de Menorca, un cocinero francés experto en salsas por nombre Taillevent, publica el libro «Le Viander» y nada dice sobre la salsa mahonesa. Cuesta aceptar que un cocinero experto en salsas se le olvidase la mejor de las salsas frías.

Por otra parte, en el diccionario de la lengua francesa dice: "le nom de celle sauce vient disentils de celui de Mahón ville que Richelieu prit". Blanco y en botella.