TW

Hace solo tres semanas el abogado del joven malogrado anteayer en Ciutadella apelaba a la consideración hacia la persona para justificar el delito que había cometido y solicitar su puesta en libertad, como hizo la juez, después de que él mismo hubiese confesado su culpa. Era la del letrado una opinión respetable que, seguro, tenía fundamento. El chico había actuado bajo los efectos de las sustancias estupefacientes y el abogado defendió que su ingreso en prisión solo empeoraría su futuro por lo que clamaba por una nueva oportunidad que la magistrada le concedió.

En ese futuro pesaban sus inquietudes para abrirse paso como mecánico, incluso realizaba algunos trabajos esporádicos que le surgían en ese ámbito y pretendía estudiar otro curso de FP con el fin de mejorar sus conocimientos.

Noticias relacionadas

Otros que le conocieron aseguran que era un chico alegre pero inseguro, que se defendía bien en la cocina y sabía hacerse estimar. Características todas ellas que no llegaron a alejarle de la espiral de la desobediencia y las adicciones en la que había entrado hace tiempo y que han influido en su muerte prematura.

Pocas cosas hay más tristes que redactar una noticia luctuosa que implique la desaparición de un ser humano, máxime si se trata de una persona joven, cualquiera que haya sido la causa que la haya provocado, accidente o enfermedad.

Informar sobre el fallecimiento de un joven de 22 años, como en este caso, atrapado en el mundo de la drogadicción del que se esforzaba para salir con su propia voluntad y la de los que más se preocupaban por él, resulta decepcionante aunque haya que hacerlo asumiendo el dolor que va a generar el relato de los hechos. Molesta hacerlo, es desagradable e ingrato para todos. Que no lo dude nadie.