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Lo del Yak-42 fue una tragedia especialmente dolorosa a lo que hay que añadir, visto aquel desgraciado acontecer, ahora, a la luz de la memoria, que fue también una vergüenza como se han visto pocas. Después de lo dicho en televisión hace unos días por el exministro José Bono, no hay manera de poder comprender cómo a Federico Trillo se le premió con la embajada de Londres. Aquello por sí mismo ya costaba mucho de entender pero era imposible encontrarle una miaja de imparcialidad. Un señor que ni era diplomático ni tenía por eso el comportamiento como si lo fuera.

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Es frecuente lo que les pasa a más de uno de los que de la noche a la mañana se ven sorprendidos con un altísimo cargo que ostentarán porque les ha tocado en la urna democrática. Antes no era más, por así decirlo, que uno más, un bulto entre la sociedad; y de pronto hete aquí que amanece de ministro de cualquier ministerio porque da igual lo que uno tenga aprendido para acabar en un oficio del que se ignora absolutamente todo. Si lo de ayudar con nuestra tropas a levantar un puente, pongo por caso, que la bomba de las desavenencias entre vecinos han echado abajo en cualquier país, si sale bien se felicita o incluso se condecora al ministro (hay muchas clases de condecoraciones, unas son visibles, otras no), pero si la cosa acaba en fracaso, rápidamente se buscará un oficial, un encargado o un técnico recién llegado que cargará con «el desaguisado». El ministro entronado en su despacho difícilmente será capaz de decir que se hace cargo de todo aquel fracaso porque al igual que se lleva los honores debe apechugar con los fracasos, no pueden pagar los colaboradores lo que en legítima instancia pertenece al ministro. Federico Trillo salió bien parado de la «chapuza» que significó encontrar en un ataúd de uno de aquellos malogrados militares, tres piernas; y si por semejante desastre no fuera por sí mismo motivo más que justificado para dimitir, ahora, casi 14 años más tarde, el informe del Consejo de Estado deja bastante claro que el Yak-42 no debió despegar.

No entiendo, quizá porque no comparto en absoluto el empeño que tenemos en este país nuestro de conformarnos cuando se hace un «desaguisado» de esa naturaleza, con pedir perdón. Y entiendo aún menos el pánico que tienen los que deberían pedirlo a decir esa palabra, una única palabra: perdón. Salvadas sean todas las distancias, pasa lo mismo con ETA. Pero vamos a ver: ¿qué dificultad puede tener en pedir perdón una organización que no tuvo ningún miramiento para descerrajarle un tiro en la nuca al primer inocente que se les ponía a tiro? Yo no me sentiría nada reconfortado por el hecho de que alguien, sin más, le pegara un tiro a alguien de mi familia y luego me pidieran perdón. Ahora con lo del Yak-42, ¿quién o quiénes tienen que pedir perdón? Y en cualquier caso, mirado serenamente, ¿puede pensar alguien en su sano juicio que esa persona que pide perdón está arrepentida, compungida, abrumada? No entiendo por qué Trillo o Rajoy tienen tanto miedo, les da tanto pánico eso de pedir perdón. Trillo no lo ha hecho aún y dudo que lo haga, pero sí lo hiciera… ¿después qué? Los familiares de los que perdieron la vida seguirán con su drama y sin sus seres queridos y en cuanto a Trillo ya verán como no se va a engrosar la lista del paro. Si se engancha de nuevo a trabajar, lo más seguro es que lo haga en un lugar privilegiado y bien remunerado. Además, no nos engañemos, dentro de unos días ya no se hablará de aquel desastre donde ni siquiera faltó para que el desastre fuera completo, que alguien, según dijo el exministro José Bono en televisión, se llevara miles de euros de aquellas sub contratas, una golfería innombrable que debería de ser sustanciada, aunque como dijo aquel, «a buenas horas mangas verdes».