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Tras los consabidos Bon Any! de estos días, más de uno cabecea con expresión compungida. Que l'any que ve no sigui tan desastrós, añaden otros. A nadie me he encontrado con la expresión optimista de esos sabios (sin coña) que argumentan que sí, que de acuerdo, que el brexit, el calentamiento global, la violencia en Siria e Irak, los atentados en Bruselas, Niza y Berlín, los miles de muertos en el Mediterráneo, pero, ¿por qué no nos fijamos en que nunca la humanidad ha disfrutado de un período similar de crecimiento, paz y prosperidad? Los datos, dicen, nos muestran un cuadro muy diferente al que nos ofrecen la percepción y los profetas del catastrofismo….

Vayamos con una cuestión previa, el asunto del optimismo. Según la opinión general, un optimista es aquel que lo ve todo de color de rosa, y podríamos incluir aquí el pensamiento positivo del «sonríe o muere», que lo convierte en la nueva religión del siglo XXI. El pesimista, por el contrario sería un cascarrabias, un plasta, siempre descontento que no busca más que el lado negativo de las cosas, un ser tóxico del que hay que apartarse so pena de ser engullido por la depresión… Sin embargo, uno cree que el optimista es un ingenuo que cree que las cosas tienen que funcionar como un reloj y por eso se agarra unos berrinches considerables (y continuos) cuando sus previsiones fallan… humanamente. El pesimista, por el contrario es aquel escéptico que en lugar de sonrisa dentífrica exhibe una mueca irónica porque cree más bien poco en las virtudes de sus congéneres, bastante en la Ley de Murphy de que si algo puede ir mal irá peor, y se alegra un montón ante cualquier pequeña mejora.

¿Dónde inscribir pues esta corriente de pensamiento que cree que la humanidad va bien? Como buen «pesimista» no espero gran cosa de nada ni de nadie (con gloriosas y vivificantes excepciones, como la de Leo Messi), y por ello debería compartir esa teoría de que pese al calentamiento global, Trump y el sursum corda, los datos muestran que el mundo adelanta una barbaridad: gozamos de vidas más largas, la mortalidad infantil no cesa de bajar, la alfabetización lleva camino de universalizarse, la violencia estadísticamente retrocede, la homofobia se reduce drásticamente y la famosa desigualdad, siendo cierta, no impide que la pobreza en el mundo vaya decreciendo ostensiblemente…

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¿Por qué pues siendo un pesimista matizado que se alegra con las pequeñas mejoras, tiendo a cabecear compungidamente en lugar de manifestar fe y esperanza, cuando tras el consabido Bon any me preguntan qué trobes? : ¿Por el inconcebible galardón deportivo a un futbolista robótico?, ¿por la masificación turística de agosto y la imposibilidad metafísica de la desestacionalización?, ¿por el espíritu incorrupto de la tarifa plana en los vuelos?, ¿por el empantanamiento del problema político catalán?, ¿por el progresivo descrédito de la reflexión versus twiteo?, ¿por la entronización de la manipulación y la mentira, llamadas ahora posverdad?, ¿por el auge del populismo y la subsiguiente incertidumbre europea?, ¿por el sangrante tema de los refugiados?, ¿por la irrupción de un gendarme mundial como Trump, aparentemente tronado e imprevisible?, ¿por el previsible retroceso en la lucha contra el cambio climático?, ¿por la amenaza cada vez más terrorífica del yihadismo?

Bueno, pues como buen pesimista amante de las pequeñas mejoras, celebro que la isla no se hundiera por sobrepeso el pasado verano, que hayamos sobrevivido a un año sin gobierno y que finalmente se haya impuesto el relativo seny de reincidir con más de lo mismo; que los políticos, aunque sean de la casta, firmen algún que otro pacto beneficioso para la ciudadanía, que se inicie un tímido diálogo político con Cataluña, que Europa haya resistido inicialmente el golpe del brexit, que empecemos a acoger refugiados, que la prevención antiterrorista funcione aparentemente bien en España, que los amaneceres sigan siendo gloriosos en la madre de todos los puertos, que podamos seguir disfrutando del aroma del café al despertar, en fin, que mi nieta me siga presentando a sus amistades como Mi l'Avi con orgullosa sonrisa…

Así que a los que me sigan preguntando les diré que el mundo es un desastre pero que hay pequeñas cosas, alegrías efímeras pero consistentes, sonrisas inesperadas, detalles por los que vale la pena seguir con pesimismo creativo los avatares de la vida, sobre todo si dejamos de hacer caso a sueños de grandeza y adecuamos deseos y posibilidades, es decir si somos conscientes de una vez de nuestras inconmensurables limitaciones.

Feliç (i pessimista) any a tots.