¿Por qué van así? —preguntará la niña a su madre mientras ven en las noticias a familias apelotonadas en barcazas. Muchas de ellas, dirá la presentadora, «podrían haber muerto ahogadas».
—Tienen que huir, hija, en su casa hay una guerra. Termínate eso, anda.
La presentadora, joven, morena, de ojos verdosos y escote de piel blanca, cifrará las muertes en el Mediterráneo. «Mar de la infancia», pensará la madre. Datos. Será un resumen informativo del año 2016. Y de su cabeza —en un monólogo interior—, la madre no podrá apartar lo que leyó en Facebook: mujeres que se tiran por la ventana para matarse antes de ser atrapadas y violadas por los salvajes. Jóvenes que piden auxilio a la humanidad en vídeos de Twitter. Otros, ya no sabrá la madre de qué bando ni cuáles son los bandos, celebran la victoria del pueblo, mientras el pueblo sigue acorralado en medio del combate.
—¿Es una guerra de verdad o una película? —dirá la niña y habrá una descripción de las imágenes: colegios y hospitales derruidos, bombas, escombros, imágenes de antes y después—. ¡Mira, se parece al primo!
—Sí, cariño, todos se parecen a nosotras... Mira, ese podría ser el abuelo de mamá... —«El abuelo», pensará la madre, «toda la vida con miedo a partir de no sé qué hora». «Aquí también hubo una guerra, hija», pero solo serán susurros: las palabras quedarán sepultadas entre la televisión y los ruidos de la mesa; la niña pinchará con energía los macarrones de su plato y se retirará el pelo con la palma de la mano, también manchada de tomate.
La mirada de la madre irá más allá de la cocina; la voz de su cabeza se narrará con preguntas cortas, como un bombardeo de culpa: ¿Mirar para otro lado? ¿Seguir con su rutina? ¿Qué le estoy enseñando? ¿Parálisis? No habrá ni una palabra en los informativos de lo que está pasando en realidad, pero ¿qué está pasando en realidad?, se preguntará la madre mentalmente, ¿cómo tanta desinformación? Unos párrafos casi transparentes hablarán de gobiernos occidentales y petrodictaduras (más cifras) y comodines falsos como «corredores humanitarios» o «cese del fuego», hasta que aparezca un cuerpo pequeño cubierto por una manta, solo unas Nike verdes a la vista, y ese dolor en alguna parte del pecho.
—¿Y adónde van, mami? ¿Puedo repetir?
—No, ya no hay más. Van donde pueden, hija... —En la esquina inferior de la pantalla pasarán anuncios de colonias, coches, turrones y loterías: «este año te puede tocar a ti», y añadirán un reportaje breve en el que un periodista narrará «en primera persona» y «sobre el terreno», cómo se vive en los campos de refugiados: saldrán voluntarios vestidos con neopreno y contarán que no dan abasto y que luego no hay comida suficiente, ni duchas, ni mantas para los recién nacidos, que hace frío de barro—. Van a esperar... Ven, límpiate, que tienes toda la cara llena de tomate.
—¿A esperar? —La niña, incómoda por los restregones de la servilleta en su cara de nueve años, no podrá ya esperar para ir a jugar y ensayar el baile de la fiesta de navidad de su colegio.
—No es fácil, cariño... —La niña se alejará canturreando.
Se quedará helada la comida de la madre, pero aún estará un rato allí, sentada, sola, quieta. Los gobiernos, dirán los labios rojos de la presentadora, «no están actuando en la zona porque un acuerdo internacional recomienda...». «Recomienda levantar muros», dirá en voz alta la madre. Aparecerá otra presentadora, con el rostro parecido al de la anterior y el cabello rubio, y ya todo será fútbol, una lesión de tobillo importante que no dejará a alguien jugar el partido. Después los estrenos de cine y después, nada. Pero firmará todas las peticiones de ayuda. Sí. Harán juntas una carta a los reyes magos. Siempre se puede hacer algo, pensará la madre, haciendo bolitas con las migas del pan. Un regalo para ella, solo uno, y el resto para esos niños. «Buscar, buscar», dirá en voz alta.
Al día siguiente la niña contará su sueño en el desayuno: se tenían que ir corriendo (¡ella en pijama!, exclamará divertida), llegaban tarde. De repente, dirá, estaba sentada al lado del niño que se parecía a su primo (era su primo en realidad, dirá, pero sucio y con las manos heridas y manchadas y con mocos secos de sangre seca por toda la cara) y se ponían a jugar al fútbol pero él no sabía correr. La niña reirá porque todo era tan raro... Cuando lo cuente, antes de ir al colegio y antes de ir a su clase de piano o de judo —no sabrá bien qué toca—, antes de todo, la madre llorará una lágrima suelta, como lloran las actrices en las películas.