Es obvio, queridos lectores, que la forma más directa de llegar al bolsillo es a través del corazón. Los publicistas lo tienen claro, miren una vez más el emotivo, y lacrimógeno, anuncio de la lotería de Navidad. Es tocar niños, tocar personas mayores, tocar personas enfermas, y pum, el resorte se dispara, el corazón se ablanda y es más fácil donar la pasta.
Y es normal, y es de agradecer, y si nos devuelve migajas de humanidad que así sea. Demuestra que debajo del estrés, y la locura consumista, aún laten corazoncitos que lo pasan mal con el sufrimiento ajeno.
Hasta aquí todo es entendible. Es decir, podemos navegar por el mundo con el chip del egoísmo metido en la cabeza, y de tanto en tanto realizar algún acto caritativo para darle un poco de morfina a nuestra conciencia. Lo debemos entender, muchas personas ya llevan una mochila demasiado grande cargada de problemas, y si le metes una piedra más tumban. Debemos ser compresivos y no juzgar con dureza porque cada situación es un mundo.
Dicho esto, no dejan de sorprenderme varias contradicciones. La primera es la actuación de algunas personas que no llevan esa mochila. Personas que aún teniendo mucho quieren más. Personas que han levantado grandes imperios económicos infringiendo dolor a muchas otras, se me ocurre, por ejemplo, explotando niños para coser su ropa en condiciones infrahumanas, y así ganar mil millones más de los miles que ya tienen. Y después pretenden lavar su imagen dándole unos millocentes a alguna ONG, y nosotros colaboramos. Imagen ilustrativa: persona saliendo de una tienda del centro de cualquier ciudad cargada de bolsas de ropa y con la tarjeta de crédito echando humo, sacando el monedero para darle una monedita al mendigo que está afuera pidiendo.
La segunda, es la de aquellos que aún ganando pasta para aburrir, metiendo goles, o en cualquier otro deporte, vendiendo canciones, o sencillamente por ser personajillos del famoseo vacuo, se llevan los beneficios a paraísos fiscales para arañarle unos euros al fisco. Después salen por la tele haciéndose fotitos con algún niño enfermo. Vaya morro que se gastan, menos foto y menos rollo y paga tus impuestos ¡so jeta!, ese dinero debería ir para escuelas, hospitales, y servicios sociales. Pero muchos les siguen aplaudiendo y pidiéndoles autógrafos, ole nosotros.
La tercera es la de todos aquellos que se conmueven el día internacional de la pobreza, de los derechos de la infancia, de la lucha contra el sida, etc., pero después votan opciones políticas que recortar en educación, en sanidad y en investigación mientras muchos de sus cargos públicos roban dinero a espuertas. Es flipante, lloro por los más necesitados, pero apoyo con mi voto a corruptos que castigan a los más necesitados. Que está pasando por esas cabecitas.
Ya estamos en plena campaña para la Navidad, época en que estas contradicciones se hacen más profundas, y por lo tanto donde la hipocresía de algunos se hace aún más evidente. Sin embargo, siempre queda quien huye de la lágrima fácil y tira por otros caminos para vendernos algo y es de agradecer. La plataforma de series de televisión Netflix ha colgado un cartel gigante en plena puerta del Sol de Madrid con la cara de Pablo Escobar, el de su serie «Narcos», y el eslogan «Oh, blanca Navidad». Políticamente incorrecto, mucho sin duda, pero va muy bien un poco de humor negro para vacunar nuestras neuronas, y nuestra alma, antes de adormecerlas con el atracón de polvorones. Feliz jueves.
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