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El caso de Fernando Blanco Botana y su hija Nadia Nerea, para la que supuestamente recaudaba fondos con vistas a la curación de una enfermedad rara, es de esos que te dejan el corazón endurecido. No hay día en que en las redes sociales o incluso a través de la mensajería del móvil no circule una petición de ayuda para alguna buena causa. En algunos casos basta con compartir y en otros con clicar en el enlace de algunas de esas llamadas solidarias para abrir también las puertas de tu vida -claves, cuentas, identidad-, a maleantes informáticos.

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Desgraciadamente estamos curados de espanto, no nos podemos fiar. Pero esta historia, de confirmarse plenamente con la investigación judicial, sería bastante más ruin: utilizar la enfermedad -que al parecer sería lo único cierto-, de una niña, tu hija, para lucrarte, fundando incluso una asociación y admitir después que has exagerado detalles, o que la llevaste a un curandero y no a un médico, es reirte de la empatía y la adhesión de personas desinteresadas, incluso de empresas e instituciones, es ir demasiado lejos. Hemos podido ver intervenciones televisivas de este hombre explicando en qué consistía la tricotiodistrofia, con todo lujo de detalles, y de su empeño ejemplar en recaudar fondos para salvar de una muerte prematura a su pequeña.

Ahora un juez investiga si hay estafa en este caso y ha bloqueado sus cuentas. En Menorca ya había dejado un reguero de damnificados e incluso fue condenado, antes de que naciera Nadia, que sería una víctima más. Se debe ir hasta el fondo de un caso que puede hacer mucho daño, a las auténticas campañas, a numerosas personas que se han movilizado de forma solidaria para dar a conocer enfermedades raras y que reclaman recursos para tratamientos e investigación.