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VIERNES, 25
«¡Shane cuidado!» Cuántas veces rememoré con Mario Delgado la escena culminante de «Raíces profundas», uno de nuestros westerns preferidos. Le apasionaba el cine clásico, sus conocimientos eran oceánicos, y así lo demostró en su antología de los grandes olvidados del cine negro, obra que me mostró antes de publicarla y que sería un éxito que le llenó de felicidad. Queda de momento en el frigorífico su enciclopedia del western de la que me había pasado fragmentos estelares (junto con algún pedazo de queso roncal), esos diálogos cortantes como cuchillos ante el fuego de campamento que tanto nos divertían a pie de calle mientras le echábamos el ojo a alguna señora de buen ver.

También queda en suspenso su anhelo de una champions para su Atlético que nos unía en causa común contra el enemigo, y pocas veces le vi tan disgustado, aunque sin perder la compostura («Eso jamás, forastero»), como en la última competición cuando de nuevo Ellos se impusieron con inaudita crueldad. Como nos quedamos a medias con nuestro Sporting Mahonés al que amamos con tanta intensidad como desventura: nunca llegamos a la meta soñada, pero compartimos momentos gloriosos con Engonga y los hermanos Viroll en nuestro palco del Municipal. Aunque lo intentó, nunca consiguió que le acompañara a campos de regional o de la tercera post-Sporting a los que Mario seguía peregrinando con extraña contumacia: incluso le vi abandonar animadas sobremesas (después de una de sus fastuosas siestas de diez minutos en una butaca) para asistir a algún apasionante duelo en algún pueblo de la isla.

Tampoco compartíamos afición torera y él, siempre educado y, por tanto, prudente, jamás me daba la tabarra con sus peregrinaciones por las plazas de España, aunque no dudo que también tuviera contertulios menorquines en el arte de Cúchares, porque si algo brillaba en Mario con especial fulgor era su extrema sociabilidad. Hoy paseo por Mahón con la cabeza gacha y los ojos a ras de tierra porque ni siquiera tengo ganas de ver a ninguna de estas señoras estupendas que pespunteaban nuestras conversaciones callejeras. Descanse en paz el polifacético navarro jovial, amiguero y tragón que nunca quiso abandonar la isla en la que había encontrado su Edén.

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SÁBADO, 26
Despierto relamiéndome con los ecos del taller de poesía del Ateneo de anoche, donde me atreví por primera vez en mi vida a esbozar unas líneas poéticas, y el dinosaurio castrista ya no estaba allí. No voy a negar ahora cierta simpatía por Fidel cuando empezaba todo, incluida mi vida adulta. Vivíamos en una dictadura casposa, Castro significaba la esperanza de cambio radical y la fotografía icónica del Che presidía nuestros apartamentos de estudiantes. Pronto se acabó la ensoñación: la impostura era tan flagrante que salvo empecinados, fuimos desertando de la causa cubana y discutiendo con quienes aún defendían los logros sociales de la dictadura, demasiado costosos en libertad y dignidad.

A Castro la historia no lo absolverá porque desperdició su indiscutible carisma y una ocasión histórica de crear un país modélico no solo en sanidad y educación sino también en estructuras progresivamente democráticas que hubiera podido contagiar a un entorno proclive a cesarismos y asonadas militares. En lugar de ello se empecinó en eternizar y exportar una imposible y cruel revolución dictatorial bajo la cortada del bloqueo económico norteamericano que, haberlo lo hubo y lo hay, como también la permanente subvención soviética y luego venezolana, ambas a manos llenas. Fidel fue un gigante político del siglo XX pero tenía los pies de barro.

DOMINGO, 27
La maña que vive en mi casa se destapa hoy con un ancestral y contundente plato aragonés, huevos al salmorrejo (con dos erres para diferenciarse de otro salmorejo), que servimos junto a un platillo repleto de omeprazol. Para hacerlo más digerible y como homenaje a nuestros invitados destapo un rioja ¡¡de 1948!!, un regalo de hace más de treinta años de mi siempre recordado amigo Pipo Mascaró, que ahí estaba esperando la ocasión. Sorprendentemente (el tapón aparece muy deteriorado), está aún de buen ver y oler, y sus sabores se multiplican a medida que avanza la comida, en un auténtico aquelarre gustativo. A la hora en que me pongo a escribir, todos sobrevivimos a ese diabólico puchero de caldo de lomo de cerdo, longaniza y espárragos en el que sobrenadan los huevos escalfados… ¡La Virgen del Pilar diceeeeee!

MIÉRCOLES, 30
Rescato una frase de Régis Debray, sociólogo y periodista francés que conoció muy de cerca a Fidel y al Che: «Fidel era un hombre simpático y poco recomendable; el Che un hombre antipático y admirable…» («Alabados sean nuestros señores» , Taller de Mario Muchnik, 1999).