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Ya nada será lo mismo sin Mario Delgado entre nosotros. Las tertulias de fútbol, las citas gastronómicas, las miradas cómplices o las alabanzas inofensivas ante una manifestación de la belleza femenina no podrán encerrar aquella espontaneidad noble y sincera que caracterizó a esta persona de talla superior.

Embutido en su traje de campaña verde, botas por encima de la pernera y sonrisa habitual en el rostro, crucé mis primeras palabras con él 30 años atrás en el despacho que ocupaba en el antiguo cuartel de la Explanada de Maó. Lucía entonces el mismo talante cercano con el que horas después se plantaba ante el micrófono, en bermudas, y soltaba un discurso como portavoz del Sporting Mahonés en el mismo césped frente a los aficionados en la presentación del equipo de Segunda B.

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Entusiasta enérgico y conciliador, fue poseedor de una sensibilidad extraordinaria que le conducía a la emoción indistintamente ante los micrófonos y las cámaras que tanto le gustaban como en una conversación entre amigos. Porque Mario no era un hombre con dobleces, sino la misma persona en cualquier lugar y circunstancia, que defendía su pasión por el Atlético de Madrid, los toros, el cine o la buena gastronomía, acuñada desde su Navarra natal que tanto adoraba, lo mismo que Madrid o Menorca, donde ha pasado la mayor parte de su vida por deseo propio y de su familia.

Mario Delgado ha transitado por esta vida como un triunfador, porque triunfador es aquel que deja una huella imborrable en cuantos han tenido la fortuna de compartir con él espacio y tiempo.

Los campos de fútbol de la Isla que tanto frecuentaba echarán en falta su figura a partir de ahora. En todo caso, se marcha con el reconocimiento en vida de cuantos le disfrutamos y tanto le echaremos a faltar.