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La jubilación no es algo que ocupe nuestros pensamientos en la juventud, ni siquiera en la madurez, sino más bien, cuando intuimos que se acerca. No somos lo suficiente previsores, según la última encuesta sobre jubilación y los hábitos de ahorro de los españoles que publica el Instituto BBVA de Pensiones. Los datos son reveladores: más de la mitad de los encuestados cree que su pensión pública será insuficiente para vivir cuando se retire; en Baleares, un 41 por ciento piensa que con lo que reciba vivirá muy justo, y un 77 por ciento de los trabajadores sabe que debería ahorrar para ese día del ansiado retiro, pero siete de cada diez reconocen no hacerlo.

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La pregunta sería si se debe a esa falta de organización que nosotros mismos nos achacamos -somos dados a flagelarnos en todas las comparaciones con otros países del entorno-, o si realmente podemos ahorrar.

Llenar la hucha para complementar la pensión que nos toque, y lograr así un nivel de vida digno cuando llegue una edad de retiro que cada vez se eleva más, es misión complicada cuando no imposible. Por delante en la lista hay necesidades más apremiantes (casa, hijos, estudios, y un poquito de carpe diem, que también hay que ir de vacaciones, o a cenar, o al cine), lo que implica que el lejano día de la jubilación se nos eche encima. Porque la capacidad de ahorro está ligada al salario y Baleares no ocupa los primeros lugares en ese ranking y España tampoco lo hace en Europa. Con un sistema en riesgo, en el que la solidaridad intergeneracional de los que cotizan ahora no tiene asegurado el retorno, se abre un nuevo debate: crear cuentas individuales en las que cada trabajador pueda seguir la evolución de sus cotizaciones a lo largo de la vida laboral. Transparencia para saber si lo que se recibe después es justo.