Se nos ha ido de las manos. Yo entiendo que tiempo ha, en la época del colegio, tenía su gracia aquello de conspirar toda la clase para votar como delegado al más tonto del grupo. Nos divertía –ojo, a mí me cayó el cargo en alguna ocasión- imaginarnos al más pieza teniendo que ejercer delante de profesores y chupándose reuniones más aburridas que Usain Bolt en una procesión. Echábamos unas carcajadas porque teníamos la sensación de que de algún modo habíamos vencido al sistema. Pero lo de Donald Trump no tiene ni puta gracia.
Si no fuera porque lo han votado más de 59 millones de personas se podría especular con que el resultado electoral haya sido como consecuencia de una coña marinera montada entre unos cuantos para lanzarle dos mensajes claros al mundo: «Nos importa un pepino el sistema electoral» o «no nos sentimos representados». Pero no, el asunto va en serio y de ahora en adelante gobernará una de las mayores potencias mundiales un señor racista, misógino, homófobo y con más pintas de showman que de presidente. Entre otros atributos.
Y de 71 años. Sin faltar al respeto a nadie, creo que la edad debería ser un requisito a revisar para ocupar la Casa Blanca. Está claro que el tiempo te garantiza experiencia, pero creo que un cargo con tanta exigencia física, psíquica y emocional –recomiendo ver las fotografías del antes y del después de los últimos presidentes de Estados Unidos- no debería estar abierto a cualquiera. Por los jamacucos y porque se requiere entereza mental para tomar según qué decisiones. Este señor parece que tiene la entereza fallada de fábrica.
El dinero no compra la felicidad, dicen, pero te hace presidente del país más importante del mundo. A Trump la bromita de convertirse en el primer multimillonario racista que se instala en una casa pública que abandona una persona de color le ha costado unos 100 millones de dólares, ha dicho. Ha movido unos hilos, ha soltado cuatro sandeces de las que emborrachan y estiran al populacho y el hecho de tener en frente una oposición tan mala que incluso lo hacía menos malo a él le ha bastado para ser elegido presidente de los Estados Unidos de América.
Le viene bien a muchos norteamericanos la cura de humildad –aunque nos perjudique en cierto modo a todo el planeta- pero después de tanto tiempo mirando por encima del hombro sabrán lo que se siente pertenecer a un país de pandereta. Panderet country.
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