VIERNES, 4
Termino el último ensayo de Gilles Lipovetsky «De la ligereza» (Anagrama, 2016), en el que el sociólogo francés conecta con su tesis del turboconsumismo, para señalar que tramos enteros de la vida económica quedan reestructurados por la lógica frívola del cambio continuo, la inconstancia y la seducción. En la época hipermoderna, nos dice, la vida de los individuos está caracterizada por la inestabilidad, entregada como está al cambio perpetuo, a lo efímero, al nomadismo. Las pesadas imposiciones colectivas son agua pasada y han cedido el paso al autoservicio generalizado, a la volatilidad de las relaciones y de los compromisos…
Hoy, nuestro mundo ha dado a luz deseos de felicidad de acceso improbable y la satisfacción plena de caprichos a edades tempranas crea legiones de ciudadanos incapaces de gestionar la frustración, mientras las exigencias de los nuevos dioses de la competitividad / productividad son un semillero de auto exigencias imposibles de cumplir y los ciudadanos malcriados se enfurruñan y / o se deprimen…
SÁBADO, 5
No hago ni repajolero caso de Carlos Boyero, el luciferino crítico de cine de «El País» y voy a Ocimax para ver la última película de Clint Eastwood, «Zully», la historia del comandante de vuelo que amerizó en el río Hudson y logró salvar la vida de todos los pasajeros y tripulantes. Pese a la ausencia de suspense (todos conocemos el final feliz del accidente), la película es trepidante, bien ensamblada y con una interpretación de Tom Hanks que puede catapultarle de nuevo hacia el oscar.
DOMINGO, 6
Primer domingo otoñal. Perdiu amb col en Sant Climent donde busco a mi amigo Ángel a quien hace tiempo que no veo para darle un abrazo, un buen tipo y un extraordinario compañero de delantera de los años gloriosos en que campeonábamos (él era el bueno), pero hoy no ha salido a tomar café. Otro día.
Me paso el resto del día cubierto de periódicos leyendo, masticando más bien, informaciones sobre Norteamérica para preparar la digestión de un hipotético y cada vez más amenazante sorpasso de Trump. ¿Será posible que se impongan la impostura, la zafiedad, la manipulación, la mentira, el matonismo?
MARTES, 8
Tensa espera y tarde de televisión viendo documentales biográficos sobre Trump y Hillary. El cambio de hábitos (a excepción de tardes de fútbol, solo veo televisión por la noche) certifica la ansiedad creciente.
MIÉRCOLES, 9
Noche de inquietud con espasmódicos accesos a la radio. Amenaza tormenta y no solo en el exterior donde la temperatura ha bajado drásticamente. Televisión a las seis de la mañana (otro extraño cambio de costumbres). Se consuma la catástrofe: el pueblo americano ha elegido a Trump. Entre la elitista corrección política y la demagogia descarnada ha elegido esta última. Es su elección, un tanto gamberra como la del brexit, pero soberana. Se avecinan tiempos tormentosos, aunque la primera declaración del nuevo presidente es conciliadora. Veremos.
JUEVES, 10
Tratando de comprender o de curarme, no lo sé, vuelvo al tema de la ligereza, al ocaso de la reflexión, del pensamiento estructurado en general y del concepto de verdad, a la propia desaparición de la antaño respetada figura del intelectual, hoy barrido por tuiteros, blogueros, coaches y showmans, y al enquistamiento en marcos mentales simples y definidos como los esgrimidos por Trump: enemigos claros, mano de hierro y soluciones fáciles…
La única esperanza es que Trump, una vez inmerso en el sistema, actúe como los de la casta e incumpla todas y cada una de sus propuestas electorales. Oremus.
VIERNES, 11
Trump al poder, Leonard Cohen al paraíso... ¿Serán capaces también los hados maléficos de conceder el balón de oro a Cristiano Ronaldo? ¡Aggg!