Creo que los objetivos de transparencia que se plantearon la mayoría de las nuevas administraciones han fracasado. Como periodista, me interesa muchísimo menos saber la renta de cada cargo público, que poder acceder a los documentos de cuestiones importantes y no solo recoger las palabras de una rueda de prensa. O que en lugar de saber la agenda ordinaria de un conseller o de la presidenta (siempre dudas de que estén anotadas todas las citas) te contesten al teléfono para ofrecer más información, valorar o responder sobre una cuestión que va a ser portada del periódico del día siguiente.
La lista de ejemplos sería muy extensa. La presidenta Maite Salord no opina de la propuesta de los hoteleros de crear un stand propio hasta que decide emitir un comunicado o escribir un artículo. Se presenta el estudio sobre la erosión del Camí de Cavalls, pagado con dinero público, pero no se puede acceder a la documentación. Se mejoran las condiciones de los trabajadores de Santa Rita pero no se puede disponer del convenio, que representará «una partida (dinero) importante» pero no se especifica su importe.
Uno de los problemas que va creciendo es que algunos políticos quieren poner en práctica su concepción de transparencia al margen de los periodistas y, por ende, de los medios de comunicación en los que trabajan. Se conforman con introducir algunas ideas en las páginas web, mandar una nota de prensa, escribir comentarios en sus blogs, lanzar algún tuit con la convicción de que prescinden de intermediarios y tienen conexión directa con los ciudadanos. Así se fomenta la democracia del «plasma», la imagen virtual del político satisfecho consigo mismo, que aparece para explicar lo bien que hace las cosas y que no admite preguntas de los periodistas, que son los profesionales que tiene la democracia para que a los ciudadanos les llegue una información veraz.