Cada otoño se abre el mismo debate por estas fechas: el cambio de hora y su supuesta utilidad en el ahorro energético. No nos cuesta tanto aceptarlo en primavera, aunque ese fin de semana haya que dormir un poco menos; lo damos por bien empleado si luego los días se alargan y vemos cómo la luz -que nos inunda antes que en cualquier otro territorio español pero que también se nos apaga antes que a vascos o gallegos, por más que el reloj marque la misma hora-, nos regala más tiempo para disfrutar al aire libre.
Esta vez la discusión de tertulia entra en el Parlament, a raíz de la propuesta de Més per Menorca que apoyan los otros grupos y que está previsto que hoy se convierta en una declaración institucional para no entrar en un horario de invierno que a los menorquines, concretamente, nos recorta entre 45 y 50 minutos de luz en comparación con el oeste de la península. Se recoge así la petición de la plataforma Illes amb claror que defiende la racionalización de horarios y el valor de esas horas más de claridad diurna.
La controversia se enmarca en otra más amplia sobre la necesidad de adaptar nuestros horarios a los europeos y cambiar mentalidades: calentar la silla con jornadas extra largas no es igual que producir y los bares están abiertos a las once, no es necesario acudir solo a partir de la una de la madrugada. También estaba sobre la mesa salir de la hora central europea y alinearse con Londres. En cualquier caso, el argumento del ahorro industrial aquí no convence. Nuestra principal industria requiere luz, cuanta más mejor, porque dan más ganas de salir, de aprovechar un otoño benigno que no se da en otras latitudes. El Congreso de los Diputados tendrá que decidir, pero aquí en referéndum, el astro rey creo que ganaría por goleada.